domingo, 1 de diciembre de 2013

Volver a empezar

Nuestra vida es un conjunto de pequeñas vidas o etapas. La inteligencia no es más que la capacidad de adaptación al entorno y eso implica no sólo coeficiente intelectual sino una gran dosis de manejo emocional para reinventarnos en cada una de las etapas que nos toca vivir.

Así, un ser humano inteligente en busca de la felicidad se irá adaptando a las circunstancias y se irá reinventando según marquen los acontecimientos. Hay muchos motivos por los que cambiamos e iniciamos nuevas etapas. A veces el sólo paso del tiempo, que nos pasa de niños a adolescentes y después a adultos. Otras veces un cambio de actividad, pasar de estudiar a trabajar o un cambio en nuestra profesión. Muchos directivos agotados de su actividad diaria deciden reciclarse en otros países y dedicarse a actividades filantrópicas o de servicio a los demás. Pero la que mas obliga a un cambio, a una nueva etapa, es la pérdida de alguien o algo querido. El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida (pérdida de un empleo, pérdida de un ser querido, pérdida de una relación, etc.). Habitualmente implica una serie de etapas:

1. Fase de negación. Te niegas a ti mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida. G.E. Moore presentó la siguiente afirmación paradójica a los filósofos: “Sé que tal o cual es cierto, pero no me lo creo” Las afirmaciones de este tipo se denominan “afirmaciones de Moore”, en honor a su creador.  Sé que se han acabado las vacaciones pero no me lo creo, sé que mi amigo acaba de morir en un accidente pero no me lo creo… Las afirmaciones de Moore ilustran que existe una diferencia entre lo que tú sabes que es cierto de forma natural o práctica y lo que crees. Esta discrepancia entre lo real y lo que tú crees, te ayuda a prepararte emocionalmente ante un cambio repentino.
2. Fase de enfado, indiferencia o ira: Estado de euforia por no poder evitar la pérdida que ha sucedido. Intentas buscar causas y culpables.
3. Fase de negociación. Negocias contigo mismo o con el entorno, tras de entender los pros y contras de la pérdida. Intentas buscar una solución a la pérdida a pesar de que sabes que es imposible la  recuperación de la persona o la cosa.
4. Fase de sufrimiento emocional. Se experimenta tristeza por la pérdida. Pueden llegar a sucederse episodios depresivos que deberían ceder con el tiempo. Ayuda diferenciar entre dolor y sufrimiento. El dolor sirve para advertir que existe algún problema físico que requiere nuestra atención. En cambio, el sufrimiento es un estado mental de manera que uno puede despojarse de él. No es posible hacer lo mismo con el dolor. El dolor hace daño al cuerpo, el sufrimiento es el eco del dolor en la mente. Una opción es tratar de no pensar en lo que nos provoca el sufrimiento. Quien olvida se cura mantenía  Nietzsche.

5. Fase de aceptación. Asumes que la pérdida es inevitable. Supone un cambio de visión de la situación sin la pérdida; siempre teniendo en cuenta que no es lo mismo aceptar que olvidar. Puedes aplicarlo al sufrimiento esto es: “sé que acabo de perder el trabajo, pero no lo sufro” Sin duda tienes derecho a lamentarse por la pérdida del trabajo pero puedes interpretarlo como una oportunidad para encontrar otro trabajo que te guste más.

Cuando estás atrapado en un cambio desagradable, es probable que sientas malestar. Eso se debe en parte a que de alguna manera crees que el cambio no cambiará nunca y que las cosas serán desagradables para siempre. Pero como también crees que el movimiento y el cambio se están produciendo, ¿no deberías considerar que las cosas podrían cambiar para mejor? ¿por qué no concentrarte en la posibilidad de que las situaciones desagradables puedan derivar en situaciones agradables? ¿por qué no creer que el cambio te está llevando a un sitio mejor? Nada de esto modificará su situación, pero a menudo cambiar de actitud respecto a nuestra situación basta para aliviar el malestar que ésta origina. Encontrar un sentido a nuestro sufrimiento, ayuda:

Viktor Frankl contaba como una vez un hombre mayor fue a su consulta con una profunda depresión. Su mujer, su compañera durante años, la persona a quien más había amado, había fallecido. El anciano no encontraba consuelo. El doctor Frankl le preguntó: ¿imagina cómo se sentiría ella si el fallecido hubiese sido usted?, él no lo dudó: “estaría destrozada” dijo. Debe entonces estar contento, le ha ahorrado a ella ese sufrimiento.

sábado, 26 de octubre de 2013

Come, reza, ama


El título parece el resumen de lo que necesita un ser humano para sobrevivir: alimento, aliento espiritual y amor. Pero no en este orden. Los experimentos han demostrado que para sobrevivir, para crecer, los niños precisan más de amor que de alimento. Amor en forma de tacto activo. Parece que la ausencia de tacto es uno de los más importantes agentes estresantes evolutivos que podemos padecer.

Déjame que te cuente la historia de una adinerada familia británica victoriana: Uno de los hijos, de trece años, el preferido de la madre, muere en un accidente. La madre desesperada y sin consuelo, se queda en la cama durante años, olvidándose por completo de su otro hijo de seis años. Se suceden escenas terribles. En una ocasión, el niño entra en el oscuro dormitorio: la madre en su delirio, cree por un momento que se trata del hijo muerto: “David, ¿eres tú? ¿Es posible que seas tú?”, antes de darse cuenta de su error exclama: “¡Ah, eres tú!”. Crecer con ese “Ah, eres tú”. El niño, abandonado (parece que el padre, severo y distante, no se relacionaba con ninguno de los hijos), se aferra a esta idea: si siempre soy un niño, si no crezco, tendré al menos la oportunidad de agradar a mi madre, de conseguir su amor. Aunque no hay pruebas de existencia de enfermedades o de desnutrición en su acaudalada familia, el niño deja de crecer. Ya adulto, mide apenas un metro y medio y su matrimonio  no se consuma. El desagraciado niño se convirtió en el autor de un famoso clásico de la literatura infantil: Peter Pan. El niño era J.M. Barrie.

Para un adecuado crecimiento físico y mental no hablamos de cualquier muestra de cariño, el elemento importante es el tacto y tiene que ser activo. Si se separa a una cría de rata de su madre, sus niveles de hormona de crecimiento caen en picado y se detiene su desarrollo. Si se le permite el contacto con la madre cuando ésta se halla anestesiada, los niveles de la hormona se mantienen bajos. Si se imitan los movimientos de lamer de la madre mediante caricias adecuadas a la cría, el crecimiento se normaliza. Otros investigadores, en hallazgos similares, han observado que tocar a las ratas recién nacidas hace que crezcan más y más deprisa.

En los años 60´s los experimentos de Harlow (a pesar de su cuestionamiento ético) contribuyeron a responder a una pregunta en apariencia obvia de forma no obvia. ¿Por qué los niños sienten apego por sus madres? Porque mamá proporciona alimento. Para los médicos de la época, era obvio y práctico- no había necesidad de que las madres visitaran a los niños hospitalizados- cualquiera con un biberón supliría las necesidades de afecto. Harlow sospechó algo y decidió comprobar lo que todos daban por sentado. Crió a monos rhesus sin la presencia de las madres, dándoles dos tipos de “sustitutas artificiales”. Una de esas falsas madres tenía una cabeza de mono hecha de madera y un torso formado por  un tubo de tela metálica, en medio del cual había un biberón. Esta madre sustituta daba de comer. La otra tenía una cabeza y torso similares, pero en lugar de contener un biberón, el torso estaba envuelto en felpa. Contrariamente a lo que se esperaba los monitos elegían la de felpa. Este resultado indica que los niños no quieren a su madre porque ésta equilibre su ingesta alimenticia, sino porque, generalmente, la madre también los quiere y les abraza o, al menos, es algo suave a lo que aferrarse.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Sólo unos minutos



Acaba de empezar el curso y ya he recibido más de un email lleno de promesas de alumnos que, ante los fracasos del curso pasado, han decidido esforzarse por llevar el curso al día. Muchos lo manifiestan incluso en clase, delante de sus compañeros. Pero los profes sabemos que muy pocos cumplirán sus promesas. En pocos días se aburrirán, se desmotivarán y empezarán a hacer el vago.

La cuestión es que en general el ser humano tiene que hacer un esfuerzo por estar motivado, por empezar y acabar las tareas, pero también es cierto que algunos consiguen sobreponerse a la procrastinación y superar la pereza. Para los alumnos que no llevan esta cualidad de serie ahí van un par de técnicas:

La técnica del “sólo unos minutos” fue propuesta por una psicóloga rusa llamada Bliuma Zeigarnik. Ella comprobó que cuando empiezas una actividad, la mente experimenta una especie de ansiedad hasta que terminas lo que estás haciendo, porque al cerebro no le gusta nada dejar las cosas a medias. En cambio, cuando concluyes la actividad, la mente da como un suspiro de alivio. Lo difícil es, sobre todo, empezar a hacer algo. Así, como lo que de verdad te abruma es realizar una actividad que imaginas dura, ardua, lo que puedes hacer es pensar que sólo vas a centrarte en esa tarea durante unos minutos. Sólo unos minutos parecen fáciles de afrontar. Y lo que puede ocurrir es que, ya inmerso en esa actividad, te des cuenta de que no es tan complicada y sientas la necesidad de seguir hasta el final. Por tanto, ante una tarea que te cueste arrancar, tienes que engañar al cerebro diciéndole “Voy a ponerme a hacer esto sólo unos minutos…”, y puedes estar seguro de que estos pocos minutos de actividad te van a crear la suficiente ansiedad mental como para que tú mismos quieras terminar esa tarea.

Por otro lado, investigadores de la Universidad de Pensilvania, sostienen que para ponerte manos a la obra necesitas ser un poco optimista y un poco pesimista. Es la técnica del pensamiento doble. Para ello, prueba a coger un papel y apuntar dos beneficios evidentes que te va a reportar el trabajo que tienes que hacer, y también los dos obstáculos más importantes que te vas a encontrar. Por ejemplo, estudiar para un examen: estoy estudiando para sacarme el último curso de comunicación y los exámenes finales son dentro de un mes. Primero, tienes que pensar acerca de cómo un examen concreto va a hacer que tu vida sea mejor. La primera ventaja puede ser que podrás trabajar y ganarte la vida cuando termines. La segunda ventaja es que podrás trabajar en una agencia, y conocer  a muchas personas. Y desde la perspectiva pesimista, tengo que reconocer que uno de los obstáculos evidentes que me voy a encontrar es que casi no podré salir durante este mes, y mis amigos me echarán de menos. ¿Estoy preparado para eso? Además, el trabajo en las agencias es duro y saldré tarde. Ya tenemos dos ventajas, con sus dos obstáculos consiguientes. Las investigaciones nos dicen que si haces esto obtendrás mejores resultados que si únicamente te dedicas a ver la parte buena, o la parte mala. Hay que llegar a este equilibrio para estar motivado, para no tirar la toalla a la primera.



Conseguir tus sueños no es sólo cuestión de tener buenas ideas, sino ser capaz de llevar estas ideas a la práctica. Recuerda: lo más difícil es empezar.

sábado, 31 de agosto de 2013

¿Tú qué harías?

Imagina esta escena por un momento: Vas de viaje. Conduces un coche a través de la campiña. Llegas a un pueblo. Un niño se cruza en tu camino. ¿Qué haces? ¿Frenas?

Joshua Green, profesor de psicología de Harvard, quiso estudiar acerca de la ética y la moral relacionándolas con las neurociencias. Sus famosos dilemas morales con trenes (trolleys) sugieren que hay dos tipos de empatía: una fría y otra caliente.

En uno de los dilemas, un tren va a arrollar a cinco personas y tenemos la posibilidad de cambiar de vía al tren utilizando una aguja. La cuestión es que en la otra vía otra persona sería atropellada por el tren. Probablemente tú, como la mayoría de la gente, no tendrías problema en decidir utilizar la aguja y salvar a cinco personas condenando a una. Este mismo dilema tiene otro variante: es el mismo tren que va a arrollar a cinco personas pero ahora tú estás en un puente sobreelevado al lado de un señor gordo y si arrojas al señor a la vía puedes parar el tren. En este caso tú, como la mayoría de la gente, te negarás a hacerlo.

Para Greene el primer caso es un dilema impersonal, de empatía fría, e implica regiones del cerebro como la corteza prefrontal y el córtex parietal posterior (áreas vinculadas con la razón). Sin embargo, el segundo caso es un dilema personal, caliente, implica provocar la muerte con nuestra actuación de forma directa y en este caso la zona del cerebro implicada es la amígdala, centro emocional del cerebro.

La explicación evolucionista del diferente comportamiento de las personas en estas dos situaciones sería que durante la mayor parte de nuestra historia evolucionista los seres humanos hemos vivido en pequeños grupos donde nos conocíamos todos y donde la violencia sólo podía infligirse de una manera directa, personal (golpeando, estrangulando, empujando). Para tratar con estas situaciones hemos desarrollado unas respuestas emocionales aversivas inmediatas, de base emocional. El pensamiento de arrojar a una persona por el puente dispara esta respuesta emocional aversiva. Mover una aguja que desvía el tren no guarda semejanza con ninguna circunstancia en las que nosotros y nuestros ancestros hemos vivido en el pasado. Por ello, el pensamiento de activar la aguja no dispara la misma respuesta emocional que arrojar a una persona a las vías.

Este mecanismo explica los problemas para llevar a cabo el Holocausto que tuvieron los nazis. Cuando utilizaban métodos muy directos como disparar directamente a las personas los soldados vomitaban, sufrían crisis nerviosas, debían de ayudarse de alcohol y drogas, y muchos de ellos no podían llevar a cabo esas matanzas. Cuando el método utilizado fueron las cámaras de gas se facilitó enormemente la ejecución de esas atrocidades. Esto explica también que un soldado americano que no daría un sopapo a un niño sea capaz de disparar un misil desde un F-18 a cientos de kilómetros de la diana y provocar la muerte de 200 niños. 


Pero volvamos a la imagen inicial. Conduces un coche a través de la campiña. Llegas a un pueblo. Un niño se cruza en tu camino. Ahora lo sabes, ese niño será el responsable de la muerte de seis millones de judíos. Es Adolf Hitler y su madre grita desconsolada ante el inminente atropello. Y sí, probablemente, sí frenarías. A pesar de todo, lo harías.



lunes, 22 de julio de 2013

Mente llena o mente plena

Esa es la cuestión: no es lo mismo una mente llena de cosas que una mente plena de conciencia. La capacidad del cerebro adulto, dotado de una gran corteza cerebral para prever el futuro y recordar el pasado puede ser muy útil pero también es un arma de doble filo, porque nos hace presa de miedos y de deseos interminables. ¡Nos cuesta mucho no obsesionarnos con el futuro, con lo siguiente que toca hacer, o con recordar situaciones pasadas! Los niños son más capaces de vivir en el presente porque su propia estructura cerebral, todavía inmadura, se lo pone más fácil. Pero al cerebro adulto le cuesta hacerlo. Hay que entrenarlo un poco.

Y te preguntarás, ¿para qué tenemos que entrenarlo?, ¿no estamos mejor con la cabeza en otro sitio? Pues no. Seguramente te has dado cuenta de que las experiencias más placenteras son las que te absorben en cuerpo y mente, las que no están contaminadas por las preocupaciones o las lamentaciones: tocar un instrumento, conducir disfrutando de la carretera, charlar con alguien a quien aprecias… Pero lo cierto es que eso también es verdad de las rutinas diarias, como fregar los platos, lavarnos los dientes, pelar una manzana… Dos psicólogos de la Universidad de Harvard, Matt Kilingsworth y Dan Gilbert, han llegado a la conclusión de que casi la mitad de nuestros pensamientos no tienen nada que ver con lo que estamos haciendo. Y esto nos suele ocurrir incluso cuando hacemos actividades supuestamente divertidas, como mirar la tele o charlar con alguien. Demostraron, además, que somos más felices cuando nuestros pensamientos y nuestras acciones coinciden, aunque sólo sea para lavarnos los dientes. Se ha comprobado que te hace más feliz, por ejemplo, barrer el suelo pensando en lo que estás haciendo que barrer el suelo pensando en unas vacaciones de ensueño.

El budismo es sin duda el lugar de origen de la práctica de la atención plena. Sin embargo, los místicos cristianos como Santa Teresa de Ávila, destacaron la reflexión consciente como una forma de estar en comunión con Dios. El aspecto consciente de la atención tiene muchos nombres: zikr en el Islam, kavaná en el judaísmo y el samadhi en el budismo y el hinduismo.

Un método de entrenamiento es el llamado Mindfulness. El mindfulness es un fin en sí mismo. Es atención, conciencia y reflexión de carácter no valorativo. Es una experiencia meramente contemplativa, se trata de observar sin valorar, aceptando la experiencia tal y como se da. Es una observación abierta e ingenua, ausente de crítica y valencia. Se diría que es una forma de estar en el mundo sin prejuicios: abierto a la experiencia sensorial, atento a ella y sin valorar o rechazar de forma activa y taxativa dicha experiencia.

El mindfulness es como un tipo de meditación inserta en la cultura oriental y en el budismo en particular (Gremer, 2005), el ideal Zen de vivir el momento presente. Desde un punto de vista psicológico también se ha venido a considerar como un constructo de personalidad. No es sólo prestar atención, además tiene que ver con mostrar una actitud abierta y curiosa hacia lo que pasa. Sin juzgar ni valorar. Quizá este vídeo te ayude a entenderlo mejor.



P.D.: El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí porque se nos escapa el presente. Gustave Flaubert

domingo, 30 de junio de 2013

Peligro de contagio

Las emociones se contagian. Sí, se contagian mucho más rápido que cualquier virus. Tanto la positivas como las negativas. Aunque las más intensas como el desprecio, la ira o la tristeza, se contagian aún más rápidamente porque son las  emociones que el cerebro cree que más pueden ayudarnos a sobrevivir.

Estamos programados para contagiarnos emociones por dos motivos: para aprender y para sobrevivir. Por un lado, imitar a los demás nos ayuda a aprender de ellos. Por otro, las emociones de los demás pueden salvarnos la vida. Si un animal salvaje se acerca a un poblado la primera persona que lo vea saldrá a correr con cara de susto y los demás le seguirán sin pensar. Como no queremos estar fuera del grupo, imitamos a los demás de forma consciente e inconsciente: copiamos gestos, risas, toses, acentos, seguimos modas en la forma de vestir o de hablar… Aunque sea una programación antigua diseñada para ayudarnos a sobrevivir, no ha cambiado porque todavía funcionamos con muchos instintos ancestrales. De hecho, los estudios más recientes, por ejemplo los de percepción de Solomon Asch, indican que la presión social es capaz de cambiar y moldear nuestras decisiones porque el cerebro nos alerta cuando no pensamos como los demás, y nos recompensa si nos conformamos a la mayoría.

Pero no siempre es útil ser contagiado por las emociones negativas. Muchas de las emociones que antaño nos salvaban la vida hoy nos generan respuestas fisiológicas que nos enferman a través del estrés. Así, debemos ser capaces de filtrar de manera consciente algo que es inconsciente y programado. Ser emocionalmente inteligente implica ser un individuo con libertad a la hora de sentir y pensar. Algunos recursos que puedes utilizar son:

-          Exagera los «activadores» del buen humor: come chocolate, haz deporte, baila, sal con los amigos, ve al cine…
-          Elimina o limita lo que te desgasta: la crítica interna y externa, las personas amargadas, las limitaciones que te impones, las luchas de poder, todo lo que supone perder tiempo y energía. Reemplázalos con situaciones y personas positivas.
        Tu cerebro, naturalmente, pone el foco en lo negativo: tú céntrate en lo que haces bien, es decir, pon el foco en lo positivo, en lo que te hace sentir bien, en lo que te alimenta, en el trabajo, en tu vida personal.
        Pasa tiempo con personas positivas, sus emociones también son contagiosas.

Somos responsables de las emociones que trasladamos a los demás. No los contamines. Cuenta hasta cinco antes de enviar un correo desagradable o de decir algo negativo. Tenemos una gran capacidad para hacer daño o para dar alegría a los demás, para contagiarles consciente o inconscientemente nuestras emociones, ¿o sí?

sábado, 1 de junio de 2013

Macho alfa

El otro día alguien le dijo a mi hija que procedía del mono. Me costó explicarle que, para ser exactos, el mono no es nuestro padre, es nuestro hermano. No procedemos del mono, somos monos. Una raza evolucionada de monos sin pelo.

Por eso nos resulta tan divertido observar el comportamiento de bonobos y chimpancés, las especies más parecidas al mono humano. De casi todos nuestros comportamientos podemos encontrar una muestra mirando a nuestros hermanos primates.

Mi marido, como cualquier hombre, tiene a veces comportamientos de demostración de fuerza y chulería (me temo que ahora podré confirmar si aún sigue leyendo mi blog). Estas demostraciones de fuerza a los demás son usuales para evitar las confrontaciones directas que pueden acabar en daños irreparables para todas las partes.

Los grandes simios arrancan ramas, chillan, se suben a los árboles o arrastran piedras con este fin. Los humanos rompemos objetos, damos puñetazos contra la mesa, cerramos la puerta de golpe, gritamos e incluso damos patadas a las cosas, también hacemos desfiles militares o  pruebas con misiles.

En primates, se ha observado cómo individuos con lesiones fingían estar bien para no mostrar su debilidad a los oponentes. Esta es la razón por la que los poderosos tienen tanta precaución a la hora de mostrar a dirigentes enfermos o retienen la información de su enfermedad el máximo tiempo posible. Algo así ocurrió con Franco, Castro y hace poco tiempo con Chávez.

Otros ejemplos fáciles de identificar provienen del mundo del deporte. El equipo de rugby neozelandés 'All Blacks' utiliza en los previos una danza maorí con el fin de achantar al equipo rival.


Siguiendo con nuestra observación antropológica. De la misma manera que no hay macho alfa si no hay manada, no existe líder sin seguidores. Pero los líderes mundiales deberían pasar de vez en cuando por 'El ritual del rey payaso' que practican varias tribus de África del Sur.

En estas sociedades, el rey tiene que vestirse de pobre o actuar como un payaso durante un día al año, durante el cual debe soportar el odio e insultos que provienen del pueblo. Estos rituales que tanto fascinaron al antropólogo Max Gluckman, sirven para recordar simbólicamente que el sistema está por encima de cualquier individuo y que su poder emana del consentimiento colectivo.

sábado, 11 de mayo de 2013

El humano impasible

En abril de 1961 Adolf Eichmann fue juzgado y sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Tres meses después Stanley Milgran, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó una serie de experimentos para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes?

Antes de que concluyas que esas acciones no tienen justificación alguna deja que te cuente en qué consistieron los experimentos y cuáles fueron los resultados:

Se buscaron voluntarios para un ensayo relativo al "estudio de la memoria y el aprendizaje”, se les ocultó que en realidad iban a participar en un investigación sobre la obediencia a la autoridad.

El experimento contaba con tres sujetos: el maestro, el alumno y el investigador. Al comienzo se les daba tanto al "maestro" como al "alumno" una descarga real de 45 voltios con el fin de que el "maestro" comprobara el dolor del castigo que recibiría su "alumno". Seguidamente el investigador proporcionaba al "maestro" una lista con pares de palabras debía enseñar al "alumno". El "maestro” leía la lista y después decía una palabra para que el alumno indicase si correspondía con las leídas previamente presionando un botón. Si la respuesta era errónea, el "alumno" recibiría del "maestro" una primera descarga de 15 voltios que iría aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios. Si era correcta, se pasaría a la palabra siguiente.

El "maestro" creía que estaba dando descargas al "alumno" cuando en realidad todo era una simulación. El "alumno" había sido previamente aleccionado por el investigador para que  simulase los efectos de las sucesivas descargas. Así, a medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno" comenzaba a golpear en el vidrio que lo separaba del "maestro" y se quejaba de su condición de enfermo del corazón, luego aullaba de dolor, pedía el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritaba de agonía. Si el nivel del supuesto dolor alcanzaba los 300 voltios, el "alumno" dejaba de responder a las preguntas y se producían los estertores previos al coma.

Por lo general, cuando los "maestros" alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban acerca del propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".

Si el "maestro" expresaba al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente que debía hacerlo, si aún así se negaba, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Los resultados son estremecedores. Se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como "maestros"  administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos". Ningún participante paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida.

El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados: La primera es la teoría del conformismo, basada en el trabajo de Solomon Asch. Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, tomará las decisiones que le dicte el grupo y su jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.

La segunda es la teoría de la cosificación. Según ésta, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos.
Y yo sigo empeñada en que mi hija aprenda a obedecer.

sábado, 27 de abril de 2013

Cerebro plástico

Podemos cambiar. No sólo podemos, lo hacemos constantemente. Contrariamente a lo que se creyó durante décadas nuestro cerebro no es un diamante. No es algo rígido sino algo preparado para cambiar. Esta característica extraordinaria del cerebro es lo que denominamos «plasticidad cerebral», lo que el neurólogo Norman Doidge, autor de El cerebro que se cambia a sí mismo, define como la característica del cerebro de ser cambiable y adaptable. Aunque este mismo autor habla también de la <<paradoja de la plasticidad>>, esto es, que  nuestros cerebros están preparados para adoptar comportamientos rígidos o flexibles según cómo entrenemos el cerebro. De manera que, paradójicamente,  podemos aprovechar nuestra plasticidad para acostumbrar a nuestro cerebro a ser rígido. Pues vaya negocio, pensarás, pues sí, pero es que nos cuesta mucho esfuerzo desaprender los comportamientos una vez que los hemos consolidado.

El cambio mental requiere un esfuerzo, exactamente en la misma medida en que lo requiere el cambio físico. Pero así como podemos decidir qué cambios físicos queremos —una tripa más firme, una cintura más fina, más resistencia cuando corremos…— y podemos medir esos cambios de forma concreta, los cambios psicológicos son mucho más sutiles y tenemos menos facilidad para diagnosticar los que son necesarios y medir su impacto en nuestra vida.

A pesar del esfuerzo que supone el cambio hay situaciones en las que estamos predispuestos a ello. Por ejemplo, cuando tenemos que colaborar con otro ser. No podríamos colaborar con otras personas si fuésemos demasiado rígidos. Ésa sería una buena razón: somos más receptivos al aprendizaje cuando somos colaborativos. De hecho, las personas que se comprometen en relaciones amorosas maduras perciben este proceso de apertura al otro: enamorarse invita a aprender y a cambiar, y es un tiempo muy fértil desde el punto de vista plástico. Por ello, es importante dedicar tiempo al principio de una relación a consolidar comportamientos constructivos que formen una base sana para la relación, y a deshacer patrones interpersonales negativos.

Cuando aprendemos algo nuevo, ¿ese aprendizaje tiene un efecto inmediato en el cerebro? Sí, definitivamente. Ahora sabemos que cuando cambiamos el comportamiento y los esquemas mentales estamos utilizando la forma más contundente de producir cambios biológicos en el individuo. Numerosos estudios lo avalan, entre ellos los del científico Eric Kandel, que han demostrado que cuando un animal aprende algo no sólo cambia el número de conexiones sinápticas entre dos neuronas —y estamos hablando de entre mil trescientas y dos mil seiscientas a medida que el animal aprende o desaprende algo—sino que determinados genes se activan en las neuronas para fabricar proteínas y lograr esa conexión.

De los descubrimientos que más me impactaron mientras estudiaba la carrera fue el hecho de que, en algunos casos, la plasticidad puede corregir algunas anomalías congénitas o accidentales. Por ejemplo las alteraciones del lenguaje tienen mejor recuperación si se producen en la niñez o en la juventud. Se pueden producir dos tipos de plasticidad. Una de ellas es que áreas cerebrales sanas, vecinas a las áreas de lenguaje afectadas asumen la función del lenguaje. El otro tipo se debe a la aparición de áreas de lenguaje en el hemisferio opuesto. Es sorprendente, el cerebro se cura a si mismo supliendo algunas de sus funciones lesionadas recurriendo a la plasticidad.

La plasticidad hace que nuestro cerebro siga creciendo a pesar de la edad y se vaya adaptando a los nuevos retos. Lo importante es mantener siempre la mente abierta. No leer siempre los mismos libros, cambiar nuestro camino al trabajo, cultivar diferentes amistades... Lo que llamamos enriquecernos no es más que contribuir a crear nuevos senderos en nuestro cerebro y evitar los desgastados por el hábito. A pesar del esfuerzo que supone salir de nuestra zona de confort.


sábado, 13 de abril de 2013

Schadenfreude

Schadenfreude no es el nombre de ningún personaje literario. Aunque si lo fuese sería una especie de villano. Me suena a Barón Schadenfreude. Un malo malísimo, lleno de envidia que se alegra de las desgracias ajenas.

Así es, la envidia malsana se llama en literatura científica «Schadenfreude». Una palabra alemana que evoca un sentimiento universal: regodearse ante el fracaso de los demás. La Schadenfreude se agudiza si hay razones para creer que se está haciendo justicia («se lo merece…»), pero eso no explica por qué a veces nos alegramos del dolor ajeno. Se puede desear justicia sin ser un sádico.

Hay un reflejo humano: el de sentir alivio cuando lo malo le pasa a otro y no a nosotros. Somos seres empáticos para lo bueno y para lo malo. Como nos es muy fácil ponernos en la piel de los demás, cuando les pasa algo malo pensamos: «Menos mal que eso no me ha pasado a mí…». Es un reflejo natural que te hace sentir bien y a salvo. Pero alegrarse por la desdicha ajena —la Schadenfreude— tiene mucho que ver con la envidia.

Fue la envidia la que provocó el primer asesinato del Génesis: la muerte de Abel a manos de Caín. Sin embarrgo, desear lo que tiene el otro, aunque te parezca extraño, es una forma de mantener conexiones con el grupo, de competir, de no quedarte atrás. Es la llamada envidia sana. Pero, ojo, porque cuando sientes mucha envidia se activan nodos de dolor físico en tu cerebro. La envidia duele. En cambio, cuando un envidioso se entera de que a la persona que envidia le va mal, se le activan los centros de recompensa del cerebro. Y eso le alivia el dolor que siente.

Un estudio de la Universidad de Leiden, en Holanda, revela que cuanto menos autoestima tienes, más posibilidades hay de que sientas alegría, en vez de compasión, cuando les va mal a los demás. Es porque te da la sensación de que no sólo tú eres un «fracasado».

El envidioso es un insatisfecho (ya sea por inmadurez, represión, frustración, etc.) que, a menudo, no sabe que lo es. Por ello siente consciente o inconscientemente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad, etc.) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es, en otras palabras, la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.

La envidia paraliza y envenena. Contra la envidia, podemos visualizar, imaginar, cómo cuidamos y deseamos lo mejor incluso a aquellos que consideramos enemigos. Recuerda que la justicia no está reñida con la compasión.

sábado, 30 de marzo de 2013

Infiel

Difícil imaginar lo que da de sí una clase de psicología. En la última, empezamos hablando de actitudes y acabamos hablando de las causas del fracaso en la parejas. Cuando me di cuenta me había comprometido a escribir un post dedicado a la infidelidad.

Ahí va la obviedad: habida cuenta de los índices de divorcio actuales en el mundo desarrollado, el matrimonio monógamo de larga duración ha dejado de ser la regla para convertirse en la excepción. Pero maticemos: en un extremo, los franceses parecen menos maniáticos que la mayoría cuando se tratan estos asuntos. En el funeral del presidente François Mitterrand, su esposa y su querida se consolaban mutuamente mientras las cámaras de televisión retransmitían el evento a todo el planeta. En cambio, los estadounidenses todavía padecen una resaca puritana, además de la doble moral de alimentar la mayor industria pornográfica del mundo

La antropóloga Margaret Mead destaca en sus escritos que la monogamia es una de las disposiciones maritales humanas más difíciles de mantener, así como una de las más infrecuentes. Considera que evolutivamente la monogamia va en contra de la naturaleza animal y humana. Este concepto implica exclusividad en el apareamiento y, según Mead, no es la tendencia biológica del ser humano ni de los animales, excepto en casos como los monos titís, algunas especies de aves, focas y roedores, los murciélagos y la nutria gigante de Sudamérica. La antropóloga señala que los animales machos tienden más a la poligamia que las hembras a la poliandria. Pese a ello sostiene que, en general, tanto los machos como las hembras suelen aparearse con distintas parejas a lo largo de sus vidas.

Por su parte, David Buss, de la Universidad de Michigan y Robert Wright, autor del libro The Moral Animal mantienen que la infidelidad está inscrita genéticamente en nuestro código instintivo, o sea, la naturaleza nos dotó de un gen de la infidelidad, como una garantía de supervivencia para los humanos. Así el varón busca tener el mayor número posible de relaciones con el mayor número posible de mujeres, como una forma de garantizar que tendrá el mayor número de hijos. Las mujeres tendrían, además del instinto de tener hijos, el de buscar los códigos genéticos del varón más fuerte, inteligente y valeroso posible, en otras palabras, el mejor varón que pueda conseguir. De acuerdo a estos teóricos la pareja para toda la vida es una utopía. Estamos preparados para relaciones estables, monógamas, pero de una duración limitada, para luego cerrar ese vínculo y más adelante iniciar otro. Para la psicología evolucionista los seres humanos tendemos a lo que se llama “monogamia en serie”, pero no a la exclusividad sexual.

A pesar de que las relaciones extramatrimoniales se condenan y la fidelidad es un valor básico y fundamental en el matrimonio, en el 72% de las 56 sociedades más importantes la transgresión del pacto de fidelidad sexual es frecuente. Pero, ¿por qué somos infieles? Los motivos por los cuales varones y mujeres son infieles son diferentes: en los varones la necesidad de reafirmar su autoestima y machismo, la búsqueda de variedad sexual, la “cortesía masculina” que impide dejar pasar una oportunidad que está servida, la insatisfacción sexual en la pareja y en el caso de padecer un problema sexual testearse para comprobar si afuera también les pasa, son las causas más comunes. En las mujeres, la insatisfacción afectiva y los problemas de comunicación en la pareja, la sensación de no sentirse importantes y especiales para su compañero y una sexualidad muy mecánica y poco creativa son factores desencadenantes de la infidelidad. 

Dicho lo cual, y antes de demonizar la cuestión, hay que tener en cuenta el hecho de que muchas parejas tras una infidelidad han crecido y evolucionado básicamente porque supieron transformar una crisis en una oportunidad de progreso. Imagino lo que estás pensando, por supuesto que esto implica mucha madurez, diálogo y entendimiento. Pero es importante dejar claro que una infidelidad no siempre es negativa, lo que es negativo y destructivo es la manera en que habitualmente se maneja la situación. Debemos estar concientes de que, para que se rompa una relación, no es necesaria la existencia de un amante, sino que es suficiente con perder cosas tan valiosas como el placer de estar juntos, el calor emotivo, la intensidad, la satisfacción sexual o la comunicación.


P.D.: El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo (Nietzsche).

domingo, 10 de marzo de 2013

¿Te gusta cotillear?

¿Te has preguntado alguna vez por qué te gusta tanto cotillear? Sí, claro que chismorreas, todos los hacemos. Los humanos pasamos dos terceras partes de nuestras vidas de cotilleo, es decir, que cotilleamos más que dormimos o comemos… Y ¿por qué lo hacemos? En este caso una imagen vale más que mil palabras: piensa en cómo los demás primates se sacan las pulgas. Tal vez lo hagan porque no tienen tanta facilidad como nosotros para hablar. Robin Dunbar, psicólogo de la Universidad de Oxford, tiene claro que los humanos cotilleamos porque tenemos grupos sociales más amplios que los de los demás primates, así que hemos tenido que desarrollar un método eficaz para estar en contacto con el resto del mundo. Y nuestra alternativa humana es el habla. El chismorreo no es más que un espulgarse colectivo.

Los humanos utilizamos el habla, y más concretamente el cotilleo, como una forma rápida de diseminar y de recibir información a lo largo y ancho del mundo. Por ello, instrumentos como Twitter o Facebook, que son una forma de cotilleo planetario, responden perfectamente a nuestra necesidad de estar conectados e informados.

¿Por qué nos importa tanto enterarnos de lo que saben y lo que piensan los demás? Pues básicamente por nuestro instinto gregario. Lo tenemos programado en los genes. Creemos que necesitamos a los demás para que nos protejan, para que nos quieran, para enterarnos de los peligros y de las oportunidades que hay, y en este sentido el cotilleo nos ayuda a sentirnos aceptados e informados. ¡De la información depende tal vez tu supervivencia! De hecho, cuando en los grupos humanos como las oficinas queremos excluir a alguien, ¿qué hacemos? excluimos a esa persona del cotilleo. Es muy doloroso ser excluido, porque cuando nos sentimos aislados y rechazados se nos encienden todas las alarmas, ya no sabemos dónde acecha el peligro o qué oportunidad nos vamos a perder… Es de lo más cruel que se le puede hacer a alguien.

Así que el cotilleo tiene una parte oscura. Es muy poderoso. Puedes utilizar el cotilleo para sentir que perteneces y para forjar alianzas estratégicas. Tú me das información y yo te doy más información a cambio: ¿Quién es la amante del jefe? ¿Qué acciones van a subir en bolsa? ¿Qué tienda vende los tomates más baratos? A través del cotilleo puedes intercambiar información útil, pero también puedes utilizar información o inventarla para machacar la reputación de alguien, tal vez alguien que es un rival o al que detestas por pura envidia.  

Afortunadamente a los humanos nos pasa algo curioso cuando hablamos mal de los demás: cuando eres un cotilla negativo, alguien que utiliza la información para hacer daño, el asunto se te puede volver en contra. A Carnegie le gustaba recordar que si hablamos mal de los demás la gente puede acabar fácilmente achacándonos los defectos que reprochamos a otros. Una segunda buena razón para evitar decir cosas negativas de los demás es que se ha comprobado que las personas que cotillean para hacer daño suelen tener altos niveles de ansiedad y no son populares porque no son de fiar.

Me gusta la conclusión de Punset: soportar a los demás nos hace más inteligentes. La vorágine social del chismorreo mantiene a la gente en un estado de ansiedad y alerta muy superior al que exigiría el simple ánimo de sobrevivir y reproducirse. La ostentación, tanto como su inversa –que no se note demasiado-, obligan a ejercicios mentales cada vez más complicados para intuir lo que piensan los demás. La vertiente positiva de este estado de ánimo es un aprendizaje constante de los avatares del dominio social y el desarrollo de la inteligencia.



P.D.: La ansiedad y la necesidad de pertenencia que todos llevamos dentro, además de con el cotilleo, podemos calmarla a través de la amabilidad y el cariño.

sábado, 23 de febrero de 2013

Bésame tonto

¿Recuerdas tu primer beso? Los expertos dicen que para la mayoría de nosotros es algo inolvidable, incluso más que la primera relación sexual. Casi todos somos capaces de recordar hasta el 90 por ciento de los detalles de nuestro primer beso, da igual que ocurriese hace cincuenta años o hace unos meses.

Ya sé que sabes que besar es todo un arte, pero, te cuento, también tiene su propia ciencia. Se llama filematología, y las últimas investigaciones en esta disciplina revelan que intercambiar saliva nos ayuda a escoger la pareja más adecuada.

Según explicaba la neurocientífica Wendy Hill durante una reciente reunión de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS), las sustancias químicas que contiene la saliva nos ayudan a evaluar a una posible pareja para decidir si es la más idónea. En los humanos, el beso es fundamentalmente una cuestión química, según la antropóloga Helen Fisher. La saliva masculina tiene testosterona y los hombres prefieren los besos húmedos porque inconscientemente intentan transferir testosterona para provocar el apetito sexual en las mujeres. Además, este tipo de besos podría ayudarles a medir los niveles de estrógenos femeninos de su pareja, para hacerse una idea de su grado de fertilidad. En cuanto a las mujeres, el beso les sirve para detectar el estado del sistema inmune de su posible pareja y saber cuánto se cuida.
Pero vamos a lo práctico: cada beso que se da consume 12 calorías. Quizás sea porque para emplearnos en ello, debemos mover hasta 36 músculos, o bien porque las pulsaciones del corazón aumentan de 60 a 100 latidos cada vez que unos labios se unen a otros. Un beso que funciona actúa como una droga porque estimula un cóctel de hormonas y neurotransmisores. Sube lo que llaman la hormona del amor, la oxitocina, que crea vínculos a medio y largo plazo. También suele subir la dopamina, sobre todo en los primeros besos de una relación, y se fomenta el deseo, ese sentimiento de que no puedes esperar a estar con alguien cuando te enamoras. La serotonina, el neurotransmisor que tiene que ver con los sentimientos obsesivos-compulsivos —te cuesta comer, dormir…— también aumenta.

Un beso fracasado, en cambio, te leva a un pequeño caos químico que estimula la hormona del estrés, el cortisol, y pone freno a la relación. De hecho, el psicólogo Gordon Galup, de la Universidad de Albany (Estados Unidos), calcula que más de la mitad de las personas terminan con una pareja porque el primer beso no funcionó.

Y, ahora, supongo que te preguntas por qué te gusta tanto besar. Pues parece ser que los labios son una de las áreas más pobladas de neuronas sensoriales de todo el cuerpo. Son cien veces más sensitivos que las yemas de los dedos… Ni siquiera los genitales son tan sensitivos como los labios humanos. Cuando besas, estas neuronas, junto a las que hay en la lengua y la boca, envían mensajes potentes al cerebro, que responde con emociones intensas, sensaciones agradables y reacciones físicas. Además, en un beso hay un intercambio muy importante de información — olfativa, táctil y postural— que ayuda al otro (o la otra) a acceder a muchos datos sobre ti y sobre vuestra compatibilidad, tal vez incluso genética.

Y, sigo suponiendo, ahora te preguntarás cómo debes besar. Dicen los estudios que cuanto más entusiasta es el beso, más potencial ofrece la relación; ésta es una percepción que tienen sobre todo las mujeres. Así que si alguien te importa, bésalo con ganas. En cualquier caso, científicos, sexólogos y demás estudiosos de la materia aconsejan que deberíamos besar únicamente cuando tenemos ganas y nunca con una actitud de hastío, rechazo o indiferencia, ya que los efectos emocionales negativos podrían ser muy perjudiciales.



P.D.: Según la Universidad de Bochum en Alemania, el 10% de la población mundial, unos 650 millones de personas, no se besa nunca, como en algunas tribus de Finlandia, en algunas regiones de China o en Mongolia, donde los padres no besan a sus hijos sino que les huelen la cabeza y los maoríes siguen mordiéndose en la cara en vez de besarse.

sábado, 16 de febrero de 2013

¿Crees en ti?

No hace mucho tuve uno de esos días en los que sólo recibes malas noticias. Esos días en los que a duras penas uno puede mantener la fe en el ser humano. Como desahogo, y lo hago mucho porque me funciona, escribí un tuit a modo de grito de ayuda: “Quiero creer. En algo. No tengo muchas preferencias, es una necesidad indeterminada y difusa. En lo que sea”.

Alguien encontró el mensaje de la botella y respondió. Una persona que fue alumna mía. Alguien brillante, no por ser alumna mía sino a pesar de haberlo sido: “Qué tal si crees en ti?”

La frase, como todas las frases que uno lee en el momento en el que las necesita, me removió y me hizo pensar en dos cosas:

Primero, que se nos olvida mirar dentro de nosotros para buscar soluciones que están normalmente delante de nuestras narices. Segundo, que es el alumno el que da siempre la mejor lección.

Hoy no quiero contarte muchas cosas. Si tienes siete minutos mira este vídeo, está todo lo que necesitas saber.


P.D.: En al vida puedes permitirte algunas debilidades menos la de ser cobarde.

sábado, 2 de febrero de 2013

El cáncer del alma

Tengo que empezar con Freud. Ya sé que está de moda criticar a Freud, y supongo que en parte se lo merece, pero pocos científicos me vienen a la memoria que, ochenta años después de haber realizado sus principales contribuciones teóricas, sigan siendo considerados lo suficientemente acertados e importantes como para que cualquiera se tome la molestia de señalar sus errores en vez de relegarlos a los archivos de las bibliotecas.

De la escuela freudiana de pensamiento procede una de las más acertadas descripciones de la depresión. La depresión como agresión vuelta hacia dentro. De repente cobran sentido la pérdida de placer, el retraso psicomotor, los impulsos suicidas, el nivel elevado de las hormonas del estrés y el aumento de la tasa metabólica, características que no son aplicables a quien carece de energía para actuar, sino al estado de un enfermo de depresión, exhausto a causa del conflicto emocional más agotador de su vida, conflicto que se produce exclusivamente en su interior.

<<Estoy triste y no sé por qué. Llevo triste y con los ánimos por los suelos desde hace tres meses y por mucho esfuerzo que haga no logro sentir alegría ni ganas de vivir. No me ha pasado nada que me haya llevado a sentirme así, tan apagada. Me cuesta hacer cualquier cosa, lloro sin razón, no tengo energía y me siento culpable de no poder atender a mi familia y a mis amigos. Sólo quiero estar en casa, tumbada y dormir. No puedo ir a trabajar ni cumplir con mis obligaciones cotidianas. Ya no me divierte nada. No le encuentro sentido a la vida>>.

Esta bestia, sin escrúpulos ni compasión, con sus colmillos afilados, tienen el poder de paralizar y anular la pura esencia vital del individuo. Tiene la capacidad de robar hasta la última gota de esperanza y de llevar a la persona hasta el pozo más profundo y oscuro, donde el aire es imperceptible, donde la humedad atraviesa el cuerpo como una flecha y donde las ganas de vivir desaparecen. La depresión puede aislarte de todo aquello que amas y disfrutas, de los pequeños y grandes placeres, de la alegría y el sosiego. Es un agujero negro que arranca la energía de cualquier persona que la padece para esconderla en un lugar lejano, oscuro y estrecho.

A pesar de eso hay grandes obras de arte que han surgido de mentes atrapadas en el infierno. Van Gogh es un ejemplo; Dante, otro. Además, muchas personas que admiran y aprecian tales obras agradecen que sus propios infiernos no sean tan malos comparados con los de esos artistas.

La depresión puede ser básicamente de dos tipos: exógena o reactiva y endógena. Sufrimos una depresión exógena o reactiva cuando, por ejemplo, perdemos un ser querido; la reacción a nuestra pérdida es una profunda sensación de tristeza y vacío. En este caso existe una causa psicológica externa que produce la depresión. Por otro lado, cuando no existe una razón clara por la que nos sentimos profundamente tristes y melancólicos y se debe a una descompensación química en el cerebro, se considera una depresión endógena.

En la depresión exógena la manera en la que percibas las situaciones dará lugar a una actitud optimista o pesimista ante las mismas cosas. Cuando te veas a ti mismo metido en un túnel sin salida, es importante tener presente que esta circunstancia no la causa la falta de recursos importantes, como la inteligencia, la memoria o la imaginación. El causante de esta situación lo encontramos en lo que se denomina un estado mental limitante. Para entender esto con mayor facilidad vamos a utilizar una analogía. Visualicemos a uno de los mejores jugadores de baloncesto que haya en el mundo. Sus habilidades le permiten encestar sin dificultad. Imaginemos que a es mismo jugador lo introducimos en una gran caja transparente y cerrada. ¿Verdad que por bueno que sea mientras no salga de su caja no podrá encestar? Esa caja representa un estado mental limitante que restringe toda su movilidad y puede anular por completo todo su talento. El jugador de baloncesto no es limitado, sino que hay una estructura que lo limita. Esta es una distinción fundamental que necesitamos hacer.

En esos momentos en los que nuestra capacidad de razonar y de reflexionar se encuentra limitada, la salida del túnel a veces no pasa por pensar, sino por actuar, por no quedarnos inmovilizados. Demos un paso adelante, aunque sea muy pequeño, hagamos algo, una llamada, tomemos una pequeña decisión aunque no sea perfecta. Es importante moverse, hacer algo, dar un paso adelante. Un movimiento sencillo lleva un mensaje de gran impacto a nuestro cerebro: ¡YO PUEDO¡

sábado, 19 de enero de 2013

Hannibal

Locuacidad y encanto superficial, necesidad de estimulación y tendencia al aburrimiento, impulsividad, insensibilidad afectiva y ausencia de empatía... ¿Quién no conoce a alguien que reúna alguna de estas facetas? Cuidado: sólo se considera psicópatas a los que presentan muchas de ellas y en un grado elevado.

Según el Manual de Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-IV), los criterios de la personalidad sociópata o psicópata se caracterizan por seguir un patrón de conducta despectiva hacia los derechos ajenos. Son personas que tienen una gran dificultad para adaptarse a las normas sociales. Son deshonestas y estafadoras, así como impulsivas, irritables y agresivas. Muestran falta de remordimiento y despreocupación imprudente por su seguridad y la de los demás. Carecen de vínculos afectivos, y los que se manifiestan son simulados y no reales. Se relacionan siempre con el objetivo de satisfacer su propio placer. Utilizan a los demás para el logro de sus metas. Su mundo afectivo está dirigido por el utilitarismo y el pragmatismo. Manipulan con arrebatos de furia y violencia, que pueden ser breves o sin razón aparente. No obstante, una vez logrado su objetivo, el otro será desechado o eliminado.

Supongo que te vienen a la cabeza personajes conocidos de ficción como Hannibal Lecter, en la película El silencio de los corderos, o Catherine Tramell, en Instinto básico. Los identificas como personajes que representan al psicópata diabólico, manipulador e inteligente, que al final se sale con la suya y logra mediante juegos psicológicos engañar, manipular y escapar de la autoridad. Pero lo preocupante del asunto es que, como casi siempre, la realidad supera a la ficción. Estamos rodeados de psicópatas. No son ni delincuentes, ni asesinos en serie. Sin embargo, sí forman parte de nuestra vida cotidiana: nuestro vecino, nuestro jefe o incluso nuestra pareja. Son los psicópatas integrados. Pueden llegar a ser encantadores, aunque sólo es una fachada. En las relaciones de pareja se presentan como príncipes azules y prometen la luna. Hasta que emerge el maltratador -físico o psicológico- y el cuento termina en tragedia.

Según afirma Robert Hare, psicólogo de la Universidad British Columnbia de Canadá y creador del método de diagnóstico de psicopatía más usado (PCL-R), hay hombres y mujeres que ocupan puestos directivos en instituciones y empresas que utilizan el despotismo, las amenazas y el miedo para dirigir a sus empleados. Son serpientes vestidas de traje. No son asesinos, pero sí torturadores psicológicos, ya que tienen un coeficiente intelectual alto, buenas habilidades comunicativas y un puesto de poder desde donde ejercer su autoridad y, si lo encuentran oportuno, humillar y destruir emocionalmente a cualquiera que se interponga en su camino, pues se convertirá en su objetivo.

Por su parte, Kevin Dutton, un psicólogo de la Universidad de Oxford mantiene la tesis de que la psicopatía puede ser buena en su libro La sabiduría de los psicópatas: lo que santos, espías y asesinos en serie nos pueden enseñar acerca del éxito. Los psicópatas no tienen miedo, son crueles, capaces de centrarse o focalizarse de forma extraordinaria en lo que les interesa, y son fríos y capaces de tomar decisiones en situaciones de alta presión donde los demás se derrumban. También son muy buenos leyendo las expresiones faciales de la gente, lo que es lógicamente una ventaja enorme si quieres manipular a alguien. Tienen una habilidad mayor de lo normal para decir si alguien está mintiendo o es emocionalmente vulnerable. Dutton señala un trabajo donde se estudiaron tres grupos (hombres de negocios, pacientes psiquiátricos y criminales hospitalizados) y -de forma tal vez no tan sorprendente- los rasgos psicopáticos eran más frecuentes en los hombres de negocios: encanto, egocentrismo, persuasión, falta de empatía, focalización e independencia. La diferencia estaba en que en los criminales predominaban los aspectos más antisociales de la psicopatía: saltarse la ley, agresión física e impulsividad. Un hombre de negocios decía por ejemplo que la insensibilidad era buena: te permite dormir cuando los demás no pueden.

La cuestión es que estos psicópatas integrados son muy abundantes. No hay estudios al respecto, pero algunos expertos estiman que la psicopatía puede afectar al 1%-2% de la población. La manera de combatirlos es reconocerlos, de la misma manera que ocurre con la manipulación: la única forma de evitar que nos manipulen es siendo conscientes de que lo están intentando.

Para su libro Dutton entrevistó a algunos psicópatas. Ahí va el extracto de una de las entrevistas a un psicópata que estaba en la carcel. Como poco da para pensar un rato:

 “No dejes que te engañe tu cerebro, Kev, con todos esos exámenes que no te dejan ver la realidad. Solo hay una diferencia entre tú y yo: Yo lo quiero y voy a por ello, tú lo quieres y no vas a por ello”
 “Estás asustado Kev, tienes miedo. Tienes miedo de todo, lo veo en tus ojos. Miedo de las consecuencias. Miedo de que te cojan. Miedo de lo que pensarán. Miedo de lo que te harán cuando vengan a llamar a tu puerta. Tienes miedo de mí”
“Mírate. Tienes razón, tú estás fuera y yo estoy aquí dentro. Pero...¿quién es libre, Kev? Libre de verdad, quiero decir. ¿Tú o yo? Piensa en ello esta noche. ¿Dónde están los barrotes de verdad Kev? ¿Ahí afuera ?( señala la ventana). ¿O aquí dentro? (y se toca la sien)

sábado, 5 de enero de 2013

El amor y otras drogas

La antropóloga Helen Fisher y otros investigadores sostienen que el amor, el sexo y el romanticismo se pueden calificar como adictivos. Podemos llegar a ser físicamente adictos a determinadas sensaciones estimulantes y fantasías. Cualquier actividad que incluye afecto o amor y que produce cualquiera de estas sensaciones altera la química del cerebro produciendo endorfinas, esa sustancia responsable de eliminar el dolor y reducir la ansiedad produciendo sensaciones de plenitud y euforia.

En términos generales la adicción es un estado de dependencia psíquica y a veces física que altera la conducta, los pensamientos, las emociones y la estabilidad fisiológica de una persona. Cuando se es adicto a algo, el individuo tiene dificultad para reprimir el contacto con aquello de lo que es adicto.

Las personas pueden ser adictas tanto a sustantivas químicas elaboradas por la mano del hombre –como las drogas, el alcohol, el tabaco y los fármacos- como a situaciones que producen sensaciones corporales y psicológicas de manera natural –la comida, el deporte, el trabajo, ciertas relaciones personales, el sexo, las situaciones de riesgo, el juego, el dinero, el poder, las compras o las tecnologías como la televisión o Internet-.

Una relación adictiva es aquella en la que las personas a menudo tienen dificultad para poner límites, expresar los sentimientos y las necesidades, y se convierten en personas obsesivas y controladoras, lo que perjudica su propia estabilidad emocional y la de otros.

¿Cuándo se vuelve una relación adictiva? Está demostrado que el problema generalmente surge del miedo enfermizo a perder aquello que creemos que amamos de una forma exagerada y obsesiva. En una relación adictiva tendemos a proteger y mantenernos cerca de aquellos que queremos hasta un punto que se vuelve enfermizo lo que produce dolor, sufrimiento y miedo, y nos convierte en seres obsesivos, controladores y en ocasiones acosadores. Estar excesivamente pendiente de otra persona hasta ahogarla, ejercer demasiado control y manipular de forma continua los sentimientos del otro son síntomas claros de que existe una relación adictiva. Los especialistas consideran que estas relaciones pueden ser fruto de una baja autoestima o producto de experiencias dolorosas (abandono y rechazo) del pasado en el que hubo una pérdida de una persona importante y no se ha pasado el duelo correctamente. Algunas relaciones dependientes y adictivas –sin tener que llegar a extremos exagerados y enfermizos- se transforman en los llamados Síndromes de Wendy y de Peter Pan, en los que cada persona retroalimenta las necesidades del otro: uno necesita cuidados permanentes, mientras que el otro necesita ser el cuidador constante.

La adicción al amor produce intensos sentimientos de inseguridad y culpa al producir sensaciones que hacen pensar que uno es incapaz de controlar –de forma razonable- las emociones y el comportamiento. Estos sentimientos pueden suscitar pensamientos obsesivos, empujarnos a hacer llamadas de teléfono constantes o a brindar atenciones al otro de forma constante. Igualmente, la persona adicta a la pareja o a una determinada sensación se caracteriza por tener dificultad para dedicar tiempo a otras personas más allá de aquella de la que se es dependiente y adicta. Su necesidad se vuelve obsesiva y controladora. En esta situación surgen sentimientos de insatisfacción permanente, ya que se haga lo que se haga, nunca es suficiente.

Por suerte, el amor adictivo es sólo una posibilidad, existen tantas formas de amar como corazones.