sábado, 13 de abril de 2013

Schadenfreude

Schadenfreude no es el nombre de ningún personaje literario. Aunque si lo fuese sería una especie de villano. Me suena a Barón Schadenfreude. Un malo malísimo, lleno de envidia que se alegra de las desgracias ajenas.

Así es, la envidia malsana se llama en literatura científica «Schadenfreude». Una palabra alemana que evoca un sentimiento universal: regodearse ante el fracaso de los demás. La Schadenfreude se agudiza si hay razones para creer que se está haciendo justicia («se lo merece…»), pero eso no explica por qué a veces nos alegramos del dolor ajeno. Se puede desear justicia sin ser un sádico.

Hay un reflejo humano: el de sentir alivio cuando lo malo le pasa a otro y no a nosotros. Somos seres empáticos para lo bueno y para lo malo. Como nos es muy fácil ponernos en la piel de los demás, cuando les pasa algo malo pensamos: «Menos mal que eso no me ha pasado a mí…». Es un reflejo natural que te hace sentir bien y a salvo. Pero alegrarse por la desdicha ajena —la Schadenfreude— tiene mucho que ver con la envidia.

Fue la envidia la que provocó el primer asesinato del Génesis: la muerte de Abel a manos de Caín. Sin embarrgo, desear lo que tiene el otro, aunque te parezca extraño, es una forma de mantener conexiones con el grupo, de competir, de no quedarte atrás. Es la llamada envidia sana. Pero, ojo, porque cuando sientes mucha envidia se activan nodos de dolor físico en tu cerebro. La envidia duele. En cambio, cuando un envidioso se entera de que a la persona que envidia le va mal, se le activan los centros de recompensa del cerebro. Y eso le alivia el dolor que siente.

Un estudio de la Universidad de Leiden, en Holanda, revela que cuanto menos autoestima tienes, más posibilidades hay de que sientas alegría, en vez de compasión, cuando les va mal a los demás. Es porque te da la sensación de que no sólo tú eres un «fracasado».

El envidioso es un insatisfecho (ya sea por inmadurez, represión, frustración, etc.) que, a menudo, no sabe que lo es. Por ello siente consciente o inconscientemente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad, etc.) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es, en otras palabras, la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.

La envidia paraliza y envenena. Contra la envidia, podemos visualizar, imaginar, cómo cuidamos y deseamos lo mejor incluso a aquellos que consideramos enemigos. Recuerda que la justicia no está reñida con la compasión.

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