sábado, 1 de junio de 2013

Macho alfa

El otro día alguien le dijo a mi hija que procedía del mono. Me costó explicarle que, para ser exactos, el mono no es nuestro padre, es nuestro hermano. No procedemos del mono, somos monos. Una raza evolucionada de monos sin pelo.

Por eso nos resulta tan divertido observar el comportamiento de bonobos y chimpancés, las especies más parecidas al mono humano. De casi todos nuestros comportamientos podemos encontrar una muestra mirando a nuestros hermanos primates.

Mi marido, como cualquier hombre, tiene a veces comportamientos de demostración de fuerza y chulería (me temo que ahora podré confirmar si aún sigue leyendo mi blog). Estas demostraciones de fuerza a los demás son usuales para evitar las confrontaciones directas que pueden acabar en daños irreparables para todas las partes.

Los grandes simios arrancan ramas, chillan, se suben a los árboles o arrastran piedras con este fin. Los humanos rompemos objetos, damos puñetazos contra la mesa, cerramos la puerta de golpe, gritamos e incluso damos patadas a las cosas, también hacemos desfiles militares o  pruebas con misiles.

En primates, se ha observado cómo individuos con lesiones fingían estar bien para no mostrar su debilidad a los oponentes. Esta es la razón por la que los poderosos tienen tanta precaución a la hora de mostrar a dirigentes enfermos o retienen la información de su enfermedad el máximo tiempo posible. Algo así ocurrió con Franco, Castro y hace poco tiempo con Chávez.

Otros ejemplos fáciles de identificar provienen del mundo del deporte. El equipo de rugby neozelandés 'All Blacks' utiliza en los previos una danza maorí con el fin de achantar al equipo rival.


Siguiendo con nuestra observación antropológica. De la misma manera que no hay macho alfa si no hay manada, no existe líder sin seguidores. Pero los líderes mundiales deberían pasar de vez en cuando por 'El ritual del rey payaso' que practican varias tribus de África del Sur.

En estas sociedades, el rey tiene que vestirse de pobre o actuar como un payaso durante un día al año, durante el cual debe soportar el odio e insultos que provienen del pueblo. Estos rituales que tanto fascinaron al antropólogo Max Gluckman, sirven para recordar simbólicamente que el sistema está por encima de cualquier individuo y que su poder emana del consentimiento colectivo.

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