sábado, 11 de mayo de 2013

El humano impasible

En abril de 1961 Adolf Eichmann fue juzgado y sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Tres meses después Stanley Milgran, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó una serie de experimentos para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes?

Antes de que concluyas que esas acciones no tienen justificación alguna deja que te cuente en qué consistieron los experimentos y cuáles fueron los resultados:

Se buscaron voluntarios para un ensayo relativo al "estudio de la memoria y el aprendizaje”, se les ocultó que en realidad iban a participar en un investigación sobre la obediencia a la autoridad.

El experimento contaba con tres sujetos: el maestro, el alumno y el investigador. Al comienzo se les daba tanto al "maestro" como al "alumno" una descarga real de 45 voltios con el fin de que el "maestro" comprobara el dolor del castigo que recibiría su "alumno". Seguidamente el investigador proporcionaba al "maestro" una lista con pares de palabras debía enseñar al "alumno". El "maestro” leía la lista y después decía una palabra para que el alumno indicase si correspondía con las leídas previamente presionando un botón. Si la respuesta era errónea, el "alumno" recibiría del "maestro" una primera descarga de 15 voltios que iría aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios. Si era correcta, se pasaría a la palabra siguiente.

El "maestro" creía que estaba dando descargas al "alumno" cuando en realidad todo era una simulación. El "alumno" había sido previamente aleccionado por el investigador para que  simulase los efectos de las sucesivas descargas. Así, a medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno" comenzaba a golpear en el vidrio que lo separaba del "maestro" y se quejaba de su condición de enfermo del corazón, luego aullaba de dolor, pedía el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritaba de agonía. Si el nivel del supuesto dolor alcanzaba los 300 voltios, el "alumno" dejaba de responder a las preguntas y se producían los estertores previos al coma.

Por lo general, cuando los "maestros" alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban acerca del propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".

Si el "maestro" expresaba al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente que debía hacerlo, si aún así se negaba, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Los resultados son estremecedores. Se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como "maestros"  administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos". Ningún participante paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida.

El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados: La primera es la teoría del conformismo, basada en el trabajo de Solomon Asch. Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, tomará las decisiones que le dicte el grupo y su jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.

La segunda es la teoría de la cosificación. Según ésta, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos.
Y yo sigo empeñada en que mi hija aprenda a obedecer.

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