sábado, 5 de enero de 2013

El amor y otras drogas

La antropóloga Helen Fisher y otros investigadores sostienen que el amor, el sexo y el romanticismo se pueden calificar como adictivos. Podemos llegar a ser físicamente adictos a determinadas sensaciones estimulantes y fantasías. Cualquier actividad que incluye afecto o amor y que produce cualquiera de estas sensaciones altera la química del cerebro produciendo endorfinas, esa sustancia responsable de eliminar el dolor y reducir la ansiedad produciendo sensaciones de plenitud y euforia.

En términos generales la adicción es un estado de dependencia psíquica y a veces física que altera la conducta, los pensamientos, las emociones y la estabilidad fisiológica de una persona. Cuando se es adicto a algo, el individuo tiene dificultad para reprimir el contacto con aquello de lo que es adicto.

Las personas pueden ser adictas tanto a sustantivas químicas elaboradas por la mano del hombre –como las drogas, el alcohol, el tabaco y los fármacos- como a situaciones que producen sensaciones corporales y psicológicas de manera natural –la comida, el deporte, el trabajo, ciertas relaciones personales, el sexo, las situaciones de riesgo, el juego, el dinero, el poder, las compras o las tecnologías como la televisión o Internet-.

Una relación adictiva es aquella en la que las personas a menudo tienen dificultad para poner límites, expresar los sentimientos y las necesidades, y se convierten en personas obsesivas y controladoras, lo que perjudica su propia estabilidad emocional y la de otros.

¿Cuándo se vuelve una relación adictiva? Está demostrado que el problema generalmente surge del miedo enfermizo a perder aquello que creemos que amamos de una forma exagerada y obsesiva. En una relación adictiva tendemos a proteger y mantenernos cerca de aquellos que queremos hasta un punto que se vuelve enfermizo lo que produce dolor, sufrimiento y miedo, y nos convierte en seres obsesivos, controladores y en ocasiones acosadores. Estar excesivamente pendiente de otra persona hasta ahogarla, ejercer demasiado control y manipular de forma continua los sentimientos del otro son síntomas claros de que existe una relación adictiva. Los especialistas consideran que estas relaciones pueden ser fruto de una baja autoestima o producto de experiencias dolorosas (abandono y rechazo) del pasado en el que hubo una pérdida de una persona importante y no se ha pasado el duelo correctamente. Algunas relaciones dependientes y adictivas –sin tener que llegar a extremos exagerados y enfermizos- se transforman en los llamados Síndromes de Wendy y de Peter Pan, en los que cada persona retroalimenta las necesidades del otro: uno necesita cuidados permanentes, mientras que el otro necesita ser el cuidador constante.

La adicción al amor produce intensos sentimientos de inseguridad y culpa al producir sensaciones que hacen pensar que uno es incapaz de controlar –de forma razonable- las emociones y el comportamiento. Estos sentimientos pueden suscitar pensamientos obsesivos, empujarnos a hacer llamadas de teléfono constantes o a brindar atenciones al otro de forma constante. Igualmente, la persona adicta a la pareja o a una determinada sensación se caracteriza por tener dificultad para dedicar tiempo a otras personas más allá de aquella de la que se es dependiente y adicta. Su necesidad se vuelve obsesiva y controladora. En esta situación surgen sentimientos de insatisfacción permanente, ya que se haga lo que se haga, nunca es suficiente.

Por suerte, el amor adictivo es sólo una posibilidad, existen tantas formas de amar como corazones.

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