sábado, 31 de marzo de 2012

El muerto por mayoría

Todos necesitamos sentirnos parte de un grupo, ya sea amigos, empresa, equipo de futbol o marca de cerveza. Necesitamos el calor del establo, como dijo Nietzsche. Compaginamos la pasión de sentirnos diferentes con la de identificarnos con un grupo o una tribu. Y este miedo a que te echen fuera del grupo tiene una finalidad biológica. El instinto gregario permite que la cría del ser humano, que es la más desvalida de todo el reino animal, sobreviva.

A pesar de esto la pertenencia a un grupo no es siempre lo facilita todo. Cuando formas parte de un grupo tu rendimiento puede ser inferior a lo que puedes rendir cuando trabajas individualmente ¿o no? Ringelman, un ingeniero agrónomo francés, lo comprobó en el estudio que realizó con hombres que tiraban de una cuerda. Según las leyes de la física, si cuatro personas tiran de la cuerda ejercen cuatro veces más esfuerzo que si tira uno solo. Sin embargo, según su estudio la cifra real era de dos y media. Y si se trata de ocho hombres tirando, la ratio descendía a menos de cuatro veces el esfuerzo individual. Como la física no se equivoca (al menos en este juego), parece que la clave hay que buscarla en la motivación. Las fuerzas de los miembros de equipos grandes se diluyen por arte de magia a causa del denominado “apoyo de grupo”. La multitud disuelve tu desempeño y piensas: “Los demás están haciendo un poco el vago, ¿por qué yo no?, ¿por qué he de trabajar más si todo el mundo gana lo mismo que yo?”. 
 
Puedo ponerle otro “pero” a la pertenencia al grupo: el pensamiento grupal no es siempre lo mejor para el individuo. Personas inteligentes a veces toman decisiones poco afortunadas cuando forman parte de equipos muy cohesionados, como las sectas o los grupos paramilitares, con un ideal común con una misión “cuasi divina”. El pensamiento grupal se alcanza cuando todos piensan de la misma manera, y nadie propone alternativas. Sus consecuencias son muy perniciosas: adiós a las alternativas, adiós a los expertos, que opinen lo contrario, adiós a otra forma de entender la información.
 
Déjame que te cuente un cuento:
Un hombre tuvo un ataque cardíaco y todos lo dieron por muerto. Amortajaron el cadáver, lloraron las plañideras, prepararon los funerales y avisaron al sacerdote. Pero no había fallecido y cuando despertó, del susto de verse en un ataúd, volvió a desmayarse.
Los asistentes llamaron a los médicos y forenses, que dictaminaron:
No había muerto, pero ahora sí que es un auténtico difunto.
Se puso en marcha el cortejo fúnebre y cuando ya estaba a punto de ser encendida la pira de incineración  aquel hombre se incorporó gritando:
- ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo!
- No puede ser- gritaron familiares, amigos y conocidos -Se ha certificado que estás muerto. Estás preparado como un muerto, y se ha procedido como si estuvieras muerto.
- ¡Pero estoy vivo!  -gritaba aquel hombre despavorido.
 Uno de los asistentes reconoció a un notario entre los presentes y le solicitaron su opinión:
-Todo parece indicar que este hombre está muerto -dijo el notario- pero, no obstante, se ha de proceder según indique la mayoría. ¿Está vivo o está muerto?
-¡Está muerto! -gritaron todos al unísono.
- Pues si lo han dicho los expertos y esa es la opinión de la mayoría, la conclusión es que está muerto.
- ¡Que se encienda la pira!
En unos minutos, todos tenían razón, el hombre estaba incinerado y muerto.

 P.D.: Las minorías a veces tienen razón. La mayoría siempre se equivoca (Jodorowsky).

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