viernes, 6 de abril de 2012

Dime lo que sientes....

Pedirle a alguien que te diga cual es la causa de lo que siente es como pedirle que te explique por qué ha hecho algo: una tarea inútil.

Todos necesitamos darle significado a nuestras emociones, etiquetarlas, ponerles nombre y achacarlas a algo, pero no siempre lo hacemos correctamente. Esta necesidad es tan potente que incluso cuando nuestro estado emocional es puramente fisiológico, es decir, está producido artificialmente por una sustancia como la adrenalina, que se limita a inducir palpitaciones, nerviosismo y un aumento de la presión arterial, la tendencia espontánea es atribuir nuestro estado de tensión física a alguna circunstancia externa. Esto es precisamente lo que demostró en un ingenioso experimento Stanley Schachter, psicólogo de la Universidad de Stanford. Los participantes en la investigación eran estudiantes voluntarios a quienes previamente se había informado –falsamente- de que el propósito del proyecto era estudiar los efectos de un nuevo fármaco para mejorar la vista. En realidad, el fármaco era adrenalina que, como he dicho, produce simplemente un estado físico de tensión emocional sin ningún tono o matiz positivo o negativo. Seguidamente, los investigadores advirtieron por separado a la mitad de los participantes –los informados- de que la medicación les iba a provocar tensión nerviosa y taquicardia. A la otra mitad -los ingenuos- les indicaron que el fármaco no les haría sentir nada especial.

Todos los participantes recibieron una inyección de adrenalina. Después de esperar unos minutos, un grupo pasó a una sala en la que unos actores, representando a investigadores, creaban un ambiente simpático y jovial, y otro grupo entró en una sala en la que otros actores crearon un ambiente hostil y de irritación. Al terminar el experimento todos los sujetos completaron un cuestionario en el que describían su estado emocional. Los participantes que habían sido informados de antemano sobre los efectos reales de la inyección de adrenalina declararon que se habían sentido “tensos” pero no habían experimentado ninguna emoción positiva o negativa; sabían que el fármaco y no los actores les había producido el estado de tensión nerviosa. Sin embargo, los participantes “ingenuos” se consideraban alegres o enojados de acuerdo con la situación ficticia a la que habían sido expuestos. Así pues, la misma reacción fisiológica producida por la adrenalina fue interpretada como simples efectos de este fármaco por aquellos que ya los anticipaban, o como emociones de alegría o de enojo, según el ambiente social creado ficticiamente, por quienes no anticipaban los efectos de la adrenalina. En resumen, todos los participantes necesitaron interpretar su estado emocional, y cada uno lo hizo a su manera.

Hay un estudio de Dutton y Aron (1974) que les gusta mucho a mis alumnos. Los autores estudiaron las reacciones de unos jóvenes mientras cruzaban un puente colgante construido con tablones de madera y cables de acero que se balanceaba peligrosamente a gran altitud. Una mujer se acercaba a algunos de estos jóvenes mientras estaban cruzando el puente y a otros cuando ya lo habían cruzado para hacerles una encuesta. Después les ofreció su teléfono sugiriéndoles que la llamasen si querían conocer los resultados del estudio. A la joven la llamaron en mayor número los hombres que se encontraron con ella mientras cruzaban el puente. Los autores explicaron los resultados porque los sujetos que conocieron a la mujer cruzando el puente estaban experimentando una elevada excitación psicológica que en condiciones normales hubiesen identificado como miedo, pero al estar con una joven atractiva la confundieron con atracción sexual.

De manera que no es tan sencillo que sepas lo que sientes, mucho menos que lo achaques a la causa correcta y, por supuesto, la cosa puede complicarse si acudes a según qué psicólogo :)




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