sábado, 10 de marzo de 2012

Filosofía de las cosas simples

Déjame que te cuente que las explicaciones más sencillas suelen ser las acertadas. Guillermo de Ockham explicó a comienzos del siglo XIV un principio por el que se sigue rigiendo gran parte de la metodología científica: la explicación más simple y suficiente es la más probable, aunque no necesariamente la verdadera, o mejor, cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. Ockham se habría llevado las manos a la cabeza de conocer las alambicadas teorías de la conspiración que muchas personas utilizan en su vida diaria. La famosa navaja de Ockham nos enseña que, por lo general, acertaremos si intentamos explicar de la forma más sencilla las actitudes de los demás y si descartamos los pensamientos que nos sumergen en situaciones paralizantes ante las que no podemos hacer nada: "los compañeros me tienen manía", "todo el mundo está aliado en mi contra", "el sistema está preparado para que no pueda evolucionar laboralmente".

La diferencia entre un depresivo y una persona feliz es, simplemente, la manera en la que se cuenta las cosas. Tú eliges ver el vaso medio lleno o medio vacío, y la manera en la que lo veas determinará lo que sientes. Prueba a quedarte con la explicación sencilla, la probabilidad que tienes de acertar es la misma que si usas una explicación compleja. La clave está no en la complejidad sino en el sentido que le des a la situación.

Los comunicadores sabemos que la mejor manera de llegar a nuestra audiencia es contar las cosas de una manera simple y con sentido. Cuenta la leyenda que un ciego pedía limosna sobre el puente de Brooklyn en una mañana de primavera. Sobre sus rodillas tenía un cartel: “ciego de nacimiento”. La gente pasaba indiferente delante de él hasta que un desconocido se para, coge el cartel, garabatea unas letras, lo devuelve y se va. De repente la gente vuelve la cabeza y muchos, apiadados, arrojan una moneda al cestillo. Las palabras que habían producido el milagro eran: “Es primavera y yo no puedo verla”.

Debes descubrir el modo de otorgar sentido a la situación que te atañe y aplicar los principios que mejor te guíen para superarla. Esto es lo que Aristóteles llamaba frónesis, prudencia o sabiduría práctica, aunque a mi me gusta llamarla filosofía de las cosas simples. Uno no siempre puede cambiar sus circunstancias, pero sí que puede cambiar la manera en que las interpreta.

1 comentario:

  1. Hay que tener cuidado con la simplicidad porque renunciar a los matices puede conducir al peligro del maniqueísmo, eliminar las tonalidades grises del blanco y el negro, difuminar los detalles.

    P.D.: Para la próxima mejor el puente de Segovia, ¿no? :P

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