sábado, 1 de septiembre de 2012

Help!!

When I was younger so much younger than today, I never needed anybody´s helps in any way…

Los Beatles daban en el clavo con esta letra. Es curioso cómo siendo el ser humano un ser tan dependiente nos cuesta tanto pedir ayuda. Consideramos que pedir que nos ayuden es un síntoma de debilidad.

Imagina que vas en una de esas barcas que bajan por los rápidos de los ríos y en el choque con una de las piedras o tal vez por el movimiento salvaje de uno de los remolinos te cayeras al agua, estoy segura de que te pondrías a pegar gritos para pedir ayuda por si acaso los otros tripulantes de la barca, tan ensimismados en sus propios asuntos, no se percataran de que te habías caído.

Es complicado entender por qué a las personas nos cuesta tanto pedir ayuda cuando hay prácticamente siempre alguien a nuestro alrededor que nos la podría brindar. Tal vez no sería capaz de ayudarnos a resolver el problema, pero lo que sí haría es escucharnos y eso en sí ya puede ser una gran ayuda. Posiblemente nos han educado condicionándonos para avergonzarnos si manifestamos nuestros sentimientos de soledad, nuestra confusión, nuestra pena o nuestro miedo, y pedir ayuda lo asociamos a una muestra de debilidad y nos avergüenza. La vergüenza es una emoción devastadora y de consecuencias mucho más negativas que la culpa. La culpa es un sentimiento por lo que hacemos, mientras que la vergüenza la experimentamos por lo que somos. La vergüenza es más honda, tiene más calado.

Richard Wiseman cuenta en su libro 59 segundos cómo, frente a lo que solemos creer, pedir favores frente a hacerlos aumenta la probabilidad de gustar a la gente. “Aquel que una vez te haya hecho un favor estará más predispuesto a hacerte otro que aquel que te deba un favor” En otras palabras, para aumentar las posibilidades de gustarle a alguien, consigue que te haga un favor.

El comportamiento de las personas suele derivarse de sus pensamientos y sentimientos. Se sienten felices, así que sonríen; encuentran a alguien atractivo, así que se quedan mirándolo a los ojos con anhelo. Sin embargo, también puede suceder a la inversa. Si consigues que alguien sonría, se sentirá más feliz; si le pides que mire a alguien a los ojos, descubrirá que esa persona le parece más atractiva. El mismo principio se aplica a los favores: si quieres gustar a los demás, pide su ayuda. Pero cuidado, una petición no es una exigencia. La diferencia entre ambas es lo que ocurre cuando la otra persona dice no.




P.D.: Los verdaderos vínculos, la auténtica confianza y la complicidad sana y bella no se fraguan en medio de nuestros éxitos y de nuestros aciertos, sino cuando en nuestras caídas alguien nos da la mano para que nos levantemos.

1 comentario:

  1. Cuanta razón llevas, que difícil se nos hace pedir una ayuda, y que poco vemos cuando a nuestro alrededor existen personas que con sólo un pequeño gesto nos la brinda.
    Felicidades por la entrada.
    Un abrazo

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