sábado, 22 de septiembre de 2012

Si tú me dices ven lo dejo todo...pero dime ven

El título del libro de Albert Espinosa podría resultar divertido sino fuese porque esconde un gran drama: nuestra incapacidad para expresar los sentimientos.

Hemos aprendido a acallarlos, sobre todo los hombres. Es curioso cómo de pequeños nos enseñan que los chicos no lloran y, claro, de mayores cuando están tristes los hombres muestran enfado. Por el contario, a las niñas nos enseñan que no debemos mostrarnos agresivas y, cuando crecemos y estamos enfadadas, solemos romper a llorar. Hemos sido condicionados a creer que exteriorizar nuestro sentir es signo de vulnerabilidad y, sin embargo, y paradójicamente, cuando alguien lo hace ante nosotros, vemos un rasgo de valentía, porque los valientes no se esconden tras una artificiosa armadura de invulnerabilidad. No tienen vergüenza de manifestar que también ellos son humanos y que se puede ser extraordinario sin necesidad de ser infalible.

Las emociones que más vergüenza nos da expresar son el miedo y la tristeza, y, cuando no se expresan se convierten en resentimiento, que es el origen de gran parte de nuestra ira. Cuántas veces has sentido que un amigo a quien quieres se muestra irascible contigo, enfadado sin causa aparente. Ante eso tienes dos opciones: enfadarte también con él y romper vuestra amistad o arañar un poco más hasta que descubras qué hay detrás de esa emoción. Puede que esté decepcionado contigo por algo que has hecho y no se permite mostrar tristeza o simplemente teme le dejes de querer. Entonces debes ponerte las <<orejas>> especiales para escuchar la tristeza y el miedo y no dejarte distraer por la expresión de la ira. Cuando uno está dolido y necesita expresar su sentir, antes de exponer su tristeza y su miedo manda una especie de globo sonda para ver si aquel territorio es seguro. Si ante la manifestación de la ira reaccionamos enfadándonos también nosotros, entonces nuestra escucha no invitará a que salgan las verdaderas emociones ocultas, la tristeza y el miedo. Tras la expresión de la tristeza y el miedo viene la aceptación, y tras ella surge la alegría. Es en ese momento cuando el puente entre ambos mundos ha sido construido. A partir de entonces la relación cogerá una nueva dinámica y abrirá posibilidades insólitas y conectará en un tiempo breve lo que pudo haber permanecido durante años separado.

En esas conversaciones difíciles, no pongas el peso en argumentar sino en preguntar. Cuando uno pregunta y escucha, la otra persona se siente valorada, se siente respetada y puede empezar a confiar. Sólo hay dos condiciones imprescindibles en una amistad: el respeto y la confianza. Cuando confiamos en alguien, sabemos que podemos hablarle de cualquier cosa, porque nos valora y nos quiere por quienes somos y no por quienes aparentamos ser. Cuando uno se siente querido de esa manera, surge lo mejor que tenemos en nuestro interior.




P.D.: El otro día una buena amiga ponía en Twitter una frase sufí: “el miedo llamó a la puerta, abrió la confianza y cuando abrió ya no había nadie”

sábado, 8 de septiembre de 2012

Estrés o no estrés

Una diferencia fundamental entre los animales y los seres humanos es que nosotros somos capaces de padecer estrés. Los seres humanos vivimos lo bastante bien, el suficiente tiempo y somos lo bastante listos como para generar todo tipo de hechos estresantes en nuestras cabezas. ¿Cuántos hipopótamos se preocupan por si la seguridad social va a durar tanto como ellos o por lo que dirán en una primera cita? Desde el punto de vista de la evolución del reino animal, el estrés psicológico es un invento reciente, en su mayor parte limitado a los humanos y otros primates sociales. Los seres humanos somos capaces de experimentar emociones muy intensas relacionadas con simples pensamientos.

Las cebras y los leones prevén el peligro y ponen en marcha una respuesta de estrés anticipada que les hace esconderse o salir corriendo y les salva la vida, pero no son capaces de padecer estrés de forma anticipada por acontecimientos muy lejanos en el tiempo. En este caso nuestra capacidad de imaginar nos juega una mala pasada, el truco está, como siempre, en cómo seamos capaces de representarnos la realidad. No olvides que tu cerebro no sabe distinguir entre lo real y lo imaginado, la respuesta corporal es muy similar.

Las estrategias mentales son buenas si somos capaces de reconocer las causas de problema al que aplicarlas. Intentaré adivinar cuáles son los principales orígenes de tu estrés: el primero suele ser tu incapacidad para decir <<no>> sin sentirte culpable. El segundo es que con frecuencia no tienes claras tus prioridades y dejas que sean otras personas las que decidan por ti. El tercero reside en tu falta de coraje para dar la cara por tus valores. El cuarto es que te cuesta muchísimo hablar con honestidad de tus sentimientos.

Los estoicos tenían un principio rector que consistía en no sobrevalorar nada que se pueda perder, de lo contrario estarías en poder de otros. La indiferencia ante las circunstancias puede ser buena, sobre todo cuando las circunstancias son adversas. Esta clase de indiferencia no es insensibilidad ni falta de compasión, sino la capacidad para no tomarse demasiado a pecho lo que suceda, aunque tenga que ver contigo; consiste en no perder la calma y rendir al máximo en situaciones estresantes.

Como el estrés depende de nuestra manera de representar la realidad, de nosotros depende complicarla o simplificarla.

<<Un profesor de filosofía entra en clase para hacer el examen final a sus alumnos. Poniendo la silla encima de la mesa dice a la clase: “usando cualquier cosa aplicable que hayan aprendido durante este curso, demuéstrenme que esta silla no existe” Todos los alumnos se ponen a la tarea, utilizando sus lápices y gomas de borrar, aventurándose en argumentos para probar que la silla no existe. Pero un alumno, después de escribir rápidamente su respuesta entrega su examen ante el asombro de sus compañeros. Cuando pasan unos días y entregan las notas finales, ante la estupefacción de todos, el alumno que entregó su examen en 30 segundos obtiene la mejor calificación. Su respuesta fue: “¿Qué silla?”>>

P.D.: El otro día leía en Twitter que hay personas que complican lo sencillo y otras que hacen sencillo lo complicado, tú eliges.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Help!!

When I was younger so much younger than today, I never needed anybody´s helps in any way…

Los Beatles daban en el clavo con esta letra. Es curioso cómo siendo el ser humano un ser tan dependiente nos cuesta tanto pedir ayuda. Consideramos que pedir que nos ayuden es un síntoma de debilidad.

Imagina que vas en una de esas barcas que bajan por los rápidos de los ríos y en el choque con una de las piedras o tal vez por el movimiento salvaje de uno de los remolinos te cayeras al agua, estoy segura de que te pondrías a pegar gritos para pedir ayuda por si acaso los otros tripulantes de la barca, tan ensimismados en sus propios asuntos, no se percataran de que te habías caído.

Es complicado entender por qué a las personas nos cuesta tanto pedir ayuda cuando hay prácticamente siempre alguien a nuestro alrededor que nos la podría brindar. Tal vez no sería capaz de ayudarnos a resolver el problema, pero lo que sí haría es escucharnos y eso en sí ya puede ser una gran ayuda. Posiblemente nos han educado condicionándonos para avergonzarnos si manifestamos nuestros sentimientos de soledad, nuestra confusión, nuestra pena o nuestro miedo, y pedir ayuda lo asociamos a una muestra de debilidad y nos avergüenza. La vergüenza es una emoción devastadora y de consecuencias mucho más negativas que la culpa. La culpa es un sentimiento por lo que hacemos, mientras que la vergüenza la experimentamos por lo que somos. La vergüenza es más honda, tiene más calado.

Richard Wiseman cuenta en su libro 59 segundos cómo, frente a lo que solemos creer, pedir favores frente a hacerlos aumenta la probabilidad de gustar a la gente. “Aquel que una vez te haya hecho un favor estará más predispuesto a hacerte otro que aquel que te deba un favor” En otras palabras, para aumentar las posibilidades de gustarle a alguien, consigue que te haga un favor.

El comportamiento de las personas suele derivarse de sus pensamientos y sentimientos. Se sienten felices, así que sonríen; encuentran a alguien atractivo, así que se quedan mirándolo a los ojos con anhelo. Sin embargo, también puede suceder a la inversa. Si consigues que alguien sonría, se sentirá más feliz; si le pides que mire a alguien a los ojos, descubrirá que esa persona le parece más atractiva. El mismo principio se aplica a los favores: si quieres gustar a los demás, pide su ayuda. Pero cuidado, una petición no es una exigencia. La diferencia entre ambas es lo que ocurre cuando la otra persona dice no.




P.D.: Los verdaderos vínculos, la auténtica confianza y la complicidad sana y bella no se fraguan en medio de nuestros éxitos y de nuestros aciertos, sino cuando en nuestras caídas alguien nos da la mano para que nos levantemos.