sábado, 16 de junio de 2012

Nadar contracorriente

Siempre me ha llamado mucho la atención cómo nuestra manera de comportarnos varía en función de si estamos solos o en compañía.

A veces esa  influencia funciona de una manera inconsciente como puso de manifiesto una psicóloga llamada Martha McClintock que estudió científicamente la sincronización menstrual o regulación social de la ovulación. Esta sincronización de los periodos menstruales se observa principalmente en lugares donde las mujeres conviven durante largos periodos de tiempo, ya sea entre hermanas, madre e hija en el hogar familiar o en conventos, burdeles, residencias de estudiantes e incluso en algunos puestos de trabajo. También se había observado en algunos animales de experimentación como ratones y conejillos de indias. Con la diferencia de que la sincronización menstrual que se producía en estos animalillos se hacía en base al ciclo de la hembra alfa o dominante. McClintock se dio cuenta por primera vez de este hecho al observar a siete socorristas (obviamente, todas ellas mujeres) que comenzaron el verano con periodos totalmente diferentes y que, al cabo de tres meses, menstruaban prácticamente en los mismos días.
Este efecto de influencia también funciona en situaciones más evidentes. Latané y Darley hicieron que un estudiante fingiese un ataque epiléptico en las calles de Nueva York y esperaron para comprobar si los viandantes se paraban a ayudarlo. Como les interesaba el efecto del número de testigos en la probabilidad de que alguien ayudase, los investigadores representaron el falso ataque varias veces delante de diferentes números de personas. Los resultados eran tan claros como ilógicos: conforme aumentaba el número de testigos, disminuía la probabilidad de recibir ayuda. El efecto no era trivial, ya que el estudiante recibió ayuda el 85% de las veces cuando sólo había otra persona presente, frente al 30 % cuando había cinco personas más.

¿Por qué disminuye el impulso de ayudar a los demás cuanta más gente haya presente? Cuando nos enfrentamos a un suceso relativamente insólito, como ver a un hombre caerse en la calle, tenemos que dilucidar qué está pasando. A menudo hay varias opciones: quizá se trate de una emergencia real y el hombre tenga un ataque epiléptico: quizá lo finja como parte de un experimento sociopsicológico, o quizá sea un programa de cámara oculta con un mimo que acaba de empezar su representación callejera. A pesar de las muchas posibilidades, debemos tomar una decisión rápida. La manera que tenemos de hacerlo es mediante la observación del comportamiento de los que nos rodean. ¿Corren a ayudar o siguen con sus cosas? ¿Están llamando a una ambulancia o continúan charlando con sus amigos? Por desgracia, como la mayoría somos reacios a destacar en una multitud, todos miran a los demás en busca de pistas, y el grupo puede acabar decidiéndose por la opción “aquí no hay nada que ver, sigue andando”.



P.D. Ahí va un consejo: cuando envíes un mail pidiendo a un grupo de personas que hagan algo puede ocurrir que si ven que has enviado el mismo correo a mucha gente surja el efecto de difusión y que todos piensen que responder es cosa de los demás. Si quieres incrementar las posibilidades de recibir ayuda, envía el mensaje de forma individual a cada persona.

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