Como era un buen científico, también había establecido un grupo de control: un grupo de ratas a las que inyectaba diariamente una solución salina, en vez del extracto. Y así, todos los días también, les inyectaba, se le caían, las perseguía…. Al final resultó que también tenían úlceras pépticas, las glándulas suprarrenales muy grandes y los tejidos del sistema inmunitario atrofiados.
Llegados a este punto, la reacción normal de un científico incipiente sería echarse las manos a la cabeza y matricularse en ciencias empresariales. Pero Selye se puso a razonar sobre lo que había observado. Los cambios fisiológicos no podían deberse al extracto ovárico, puesto que se habían producido de forma idéntica en el grupo de control y en el experimental. ¿Qué tenían ambos grupos en común? Selye pensó que eran sus inyecciones casi traumáticas. Quizá los cambios en el cuerpo de las ratas eran una especie de respuesta no específica del organismo a una situación general desagradable. Para comprobarlo, puso algunas en el tejado del edificio de investigación, en invierno, y otras en la sala de la caldera; a otras las sometió a un ejercicio obligado o a procedimientos quirúrgicos. En todos los casos halló un incremento en la incidencia de úlceras pépticas, un agrandamiento de las glándulas suprarrenales y una atrofia de los tejidos inmunitarios.
Selye acababa de descubrir la punta del iceberg de las enfermedades asociadas al estrés. Hoy sabemos que nunca se da el caso de que el estrés haga enfermar o de que aumente el riesgo de enfermar. Lo que aumenta el estrés es el riesgo de contraer enfermedades que hacen enfermar, o si ya se tiene una de ellas, el estrés aumenta el riesgo de que las defensas se vean superadas por ella.
Todo gracias a las ratas. In memoriam.
*P.D.: ¿Quieres saber más sobre el estrés? Este libro se absolutamente imprescindible: Sapolsky, R (2008) ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? La guía del estrés. Madrid: Alianza
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