domingo, 27 de noviembre de 2011

Diógenes y las lentejas

Déjame que hoy te cuente un cuento.

Diógenes de Sínope fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica . Fue exiliado de su ciudad natal y trasladado a Atenas donde vivió como un vagabundo, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que por casa tenía una tinaja y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos). Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él.

Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera. No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.
 
Pasó un ministro del emperador y le dijo: <<¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas>>.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando intensamente al acaudalado interlocutor contestó: <<Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que adular tanto al emperador>>.

Cuando veo las luces navideñas, más de un mes antes del inicio de la navidad, me viene a la cabeza la imagen de las gallinas a las que encienden y apagan las luces varias veces al día. Las pobres entienden que se ha hecho de día y,  sin mediar reflexión, ponen huevos. A veces, deberíamos pararnos a considerar sobre cómo nuestro afán de posesión nos ha convertido en ricos esclavos o irreflexivas gallinas.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Más que ratas

La humanidad jamás le estará suficientemente agradecida a las ratas. Señaladas por su inmundicia y suciedad lo cierto es que son responsables de muchas de las mejoras en salud pública conseguidas a través de los avances en medicina y psicología.

 En la década de 1930, Selye comenzaba a trabajar en el campo de la endocrinología, estudiando la comunicación hormonal del cuerpo humano. Naturalmente, como ayudante de cátedra joven y desconocido, buscaba algo con que empezar su carrera investigadora. Un bioquímico al que conocía acababa de aislar una especie de extracto del ovario, y sus colegas se preguntaban qué efecto causaría en el organismo. Así que Selye pidió al bioquímico un poco del extracto y se puso a estudiar sus efectos. Todos los días trataba de inyectárselo a sus ratas, al parecer con cierta torpeza. Intentaba inyectarlas, fallaba, se le caían de las manos, se pasaba media mañana persiguiéndolas por la habitación, o viceversa, enarbolando una escoba para hacerles salir de detrás del fregadero, etc. Al cabo de varios meses, Selye examinó las ratas y descubrió algo extraordinario: tenían úlceras pépticas, las glándulas suprarrenales muy grandes (el origen de dos importantes hormonas del estrés) y los tejidos del sistema inmunitario reducidos. Estaba encantado: había descubierto los efectos del misterioso extracto ovárico.

Como era un buen científico, también había establecido un grupo de control: un grupo de ratas a las que inyectaba diariamente una solución salina, en vez del extracto. Y así, todos los días también, les inyectaba, se le caían, las perseguía…. Al final resultó que también tenían úlceras pépticas, las glándulas suprarrenales muy grandes y los tejidos del sistema inmunitario atrofiados.

Llegados a este punto, la reacción normal de un científico incipiente sería echarse las manos a la cabeza y matricularse en ciencias empresariales. Pero Selye se puso a razonar sobre lo que había observado. Los cambios fisiológicos no podían deberse al extracto ovárico, puesto que se habían producido de forma idéntica en el grupo de control y en el experimental. ¿Qué tenían ambos grupos en común? Selye pensó que eran sus inyecciones casi traumáticas. Quizá los cambios en el cuerpo de las ratas eran una especie de respuesta no específica del organismo a una situación general desagradable. Para comprobarlo, puso algunas en el tejado del edificio de investigación, en invierno, y otras en la sala de la caldera; a otras las sometió a un ejercicio obligado o a procedimientos quirúrgicos. En todos los casos halló un incremento en la incidencia de úlceras pépticas, un agrandamiento de las glándulas suprarrenales y una atrofia de los tejidos inmunitarios.

Selye acababa de descubrir la punta del iceberg de las enfermedades asociadas al estrés. Hoy sabemos que nunca se da el caso de que el estrés haga enfermar o de que aumente el riesgo de enfermar. Lo que aumenta el estrés es el riesgo de contraer enfermedades que hacen enfermar, o si ya se tiene una de ellas, el estrés aumenta el riesgo de que las defensas se vean superadas por ella.

Todo gracias a las ratas. In memoriam.

*P.D.: ¿Quieres saber más sobre el estrés? Este libro se absolutamente imprescindible: Sapolsky, R (2008) ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? La guía del estrés. Madrid: Alianza

domingo, 13 de noviembre de 2011

Alas de mariposa

Hoy, finalmente, me decidí. Llevaba un tiempo dándole vueltas a esto de escribir un blog sin encontrarle el sentido y, hoy, me di cuenta de que no era una cuestión de sentido sino de sinsentido. Te pongo sobre aviso, para la RAE, el sinsentido es una cosa absurda, que no tiene explicación.

Intentaré explicarte el sentido de mi sinsentido a través de una metáfora, la del famoso Efecto mariposa de Lorenz.

Lorenz trabajaba con un modelo de predicción climatológica basado en un sistema de ecuaciones diferenciales acopladas (lo que técnicamente se denomina un maldito follón). Cada poco tiempo, el ordenador imprimía unos valores para las variables temperatura, humedad y dirección del viento en un punto dado. Llegado un momento, Lorenz tuvo que suspender la simulación y, al reanudarla, introdujo valores que ya tenía impresos para que el ordenador lo retomara donde lo había dejado. Pero no introdujo los últimos que tenía, sino unos anteriores. Dejó la máquina trabajando y se fue a tomar un café. Al cabo de un rato, las predicciones que hacía el ordenador no tenían nada que ver con las que él tenía impresas en la mano. Extrañado, empezó a investigar hasta darse cuenta de que al introducir de nuevo los datos, lo había hecho usando cinco decimales en vez de los seis que usaba el ordenador. Esta leve variación de los datos había hecho que las predicciones meteorológicas fuesen cada vez más distintas en las dos simulaciones. Al ser éste un sistema caótico, y no poder conocer nunca con exactitud los parámetros que fijan las condiciones iniciales (en cualquier sistema de medición, por definición, siempre se comete un error, por pequeño que éste sea) hace que aunque se conozca el modelo, éste diverja de la realidad pasado un cierto tiempo.

La idea que quiere transmitir la Teoría del caos es que pequeñas variaciones en un sistema caótico se pueden convertir al cabo del tiempo en grandes variaciones. Lorenz lo explicó con una estupenda metáfora “el aleteo de las alas de una mariposa pueden provocar un Tsunami al otro lado del mundo”.

El otro día leía una reflexión muy inspiradora de Juan Carlos Cubeiro www.jccubeirojc.blogspot.com.  Mantenía que ya no estamos en crisis, sino en un cambio de época, y por tanto cada uno debe asumir su responsabilidad, su reinvención y su esfuerzo para salir adelante. Debemos ser conscientes de que el reto de este cambio de época supone sumir que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo. Debemos despertar nuestra curiosidad y empezar a reinventarnos.

En este blog pretendo reflexionar acerca de cuestiones que tienen que ver con la ciencia y la psicología. Mi objetivo no es otro que despertar tu curiosidad y mantener la mía alerta. Un pequeño aleteo en el conocimiento desorganizado.

P.D.: La próxima semana prometo hablarte de ratas y, quizá, de estrés.