Supongo que recuerdas la fábula: Pedro, un pastor apreciado
en su pueblo, engaña repetidas veces a sus vecinos haciéndoles salir al monte
al grito de que viene el lobo. Todas las veces que la gente del pueblo se echa
a las montañas a matar al supuesto lobo Pedro se mofa de ellos hasta el
desternille. Hasta que un día finalmente, llega el lobo. Llega de verdad, y
Pedro corre a pedir ayuda al pueblo. Ese día, los escamados parroquianos ni
corren ni atienden a la llamada de Pedro que pierde a todas sus ovejas.
Para los que creíamos haberlo visto casi todo en TV el
documental-show-fábula (también los llaman mockumentary)
de este fin de semana ha sobrepasado nuestras pésimas expectativas. Operación
Palace de Jordi Évole, emitido en un franja informativa y con un periodista a la
cabeza se ha convertido en lo más comentado en la redes sociales. Si ese era el
objetivo: ¡chapeu! Pero leo por ahí que el objetivo era convertir ese programa
en un experimento para hacer pensar y
recapacitar a la audiencia. Y ahí es donde yo como psicóloga, comunicadora y sobre
todo como audiencia me enfado.
Los experimentos sociales están muy bien para demostrar el
poder de los medios y la pasividad e ingenuidad de las audiencias. Todo esto ya
los sabemos de manera que no aporta nada nuevo. El poder de influencia de la
autoridad (en este caso un periodista es autoridad informativa) también es por
todos conocido. Déjame que te lo explique ahora con otra historia: Imagina que
son las tres de la tarde de un caluroso día de agosto y se me ocurre despertar
a mi hija Claudia de la siesta, y de paso, testar su grado de ingenuidad. – “Cariño,
levanta, ponte un abrigo, vamos a la calle,¡¡está nevando!!” ¿Alguien duda que
la niña se levantará, se pondrá un abrigo y me seguirá para ver nevar? Si mi
conclusión es que esta niña mía es ingenua sólo demostraré que la ingenua soy
yo. Mi hija cree que nieva en agosto porque se lo dice su madre que es lo más
sagrado y fiable que ella conoce (andan cerca algunas aplicaciones del ipad).
Lo mejor será cuando, ya en la calle y bajo un sol abrasador, le diga, -“pero
serás tonta, y te lo has creído” y añado asumiendo mi papel de madre y
educadora –“no debes creer todo lo que te digan”. Preveo la reacción: mi hija rompería a llorar, y no porque no
hubiese nieve con la que jugar, sino porque su madre, la persona que debe educarla,
informarla y descubrirla la verdad del mundo le ha mentido. Claro que no cree
lo que le dice todo el mundo. No es tonta. Pero a su madre...., qué tipo de niña
sería si no creyera en su madre. Y, sí, también se habrá roto en mil pedazos
una cosa muy frágil que difícilmente puede volver a pegarse: la confianza.
Nuestro periodista en cuestión debería estar orgulloso
porque una gran parte de la audiencia le creímos (confieso que me debatía a
ratos entre el sí y el no, pero cuando vi la cara de Garci en uno de los
fotogramas, por supuesto trucados, me convencí) eso es un síntoma de que era un
periodista con una gran credibilidad. Algo que nos debe Évole en estos momentos
son los nombres de las personas que se negaron a participar en el esperpento.
Por último, permíteme que yo también extraiga una moraleja retorcida de este
“experimento”: los políticos (Leguina, Vestringe, Anasagasti) y los periodistas (Ónega,
Gabilondo, Ansón) eran reales pero había varios actores con cargos y nombres
falsos; dos espías, uno del Cesid y otro de la CIA, y un militar español.
¿Quizá las únicas personas de fiar? Mis disculpas por la osadía, ¿pero esto no
era para poner en cuestión las conspiraciones del 23-F? me estoy empezando a
embuclar. Toca retiro de tele una temporada.