sábado, 19 de enero de 2013

Hannibal

Locuacidad y encanto superficial, necesidad de estimulación y tendencia al aburrimiento, impulsividad, insensibilidad afectiva y ausencia de empatía... ¿Quién no conoce a alguien que reúna alguna de estas facetas? Cuidado: sólo se considera psicópatas a los que presentan muchas de ellas y en un grado elevado.

Según el Manual de Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-IV), los criterios de la personalidad sociópata o psicópata se caracterizan por seguir un patrón de conducta despectiva hacia los derechos ajenos. Son personas que tienen una gran dificultad para adaptarse a las normas sociales. Son deshonestas y estafadoras, así como impulsivas, irritables y agresivas. Muestran falta de remordimiento y despreocupación imprudente por su seguridad y la de los demás. Carecen de vínculos afectivos, y los que se manifiestan son simulados y no reales. Se relacionan siempre con el objetivo de satisfacer su propio placer. Utilizan a los demás para el logro de sus metas. Su mundo afectivo está dirigido por el utilitarismo y el pragmatismo. Manipulan con arrebatos de furia y violencia, que pueden ser breves o sin razón aparente. No obstante, una vez logrado su objetivo, el otro será desechado o eliminado.

Supongo que te vienen a la cabeza personajes conocidos de ficción como Hannibal Lecter, en la película El silencio de los corderos, o Catherine Tramell, en Instinto básico. Los identificas como personajes que representan al psicópata diabólico, manipulador e inteligente, que al final se sale con la suya y logra mediante juegos psicológicos engañar, manipular y escapar de la autoridad. Pero lo preocupante del asunto es que, como casi siempre, la realidad supera a la ficción. Estamos rodeados de psicópatas. No son ni delincuentes, ni asesinos en serie. Sin embargo, sí forman parte de nuestra vida cotidiana: nuestro vecino, nuestro jefe o incluso nuestra pareja. Son los psicópatas integrados. Pueden llegar a ser encantadores, aunque sólo es una fachada. En las relaciones de pareja se presentan como príncipes azules y prometen la luna. Hasta que emerge el maltratador -físico o psicológico- y el cuento termina en tragedia.

Según afirma Robert Hare, psicólogo de la Universidad British Columnbia de Canadá y creador del método de diagnóstico de psicopatía más usado (PCL-R), hay hombres y mujeres que ocupan puestos directivos en instituciones y empresas que utilizan el despotismo, las amenazas y el miedo para dirigir a sus empleados. Son serpientes vestidas de traje. No son asesinos, pero sí torturadores psicológicos, ya que tienen un coeficiente intelectual alto, buenas habilidades comunicativas y un puesto de poder desde donde ejercer su autoridad y, si lo encuentran oportuno, humillar y destruir emocionalmente a cualquiera que se interponga en su camino, pues se convertirá en su objetivo.

Por su parte, Kevin Dutton, un psicólogo de la Universidad de Oxford mantiene la tesis de que la psicopatía puede ser buena en su libro La sabiduría de los psicópatas: lo que santos, espías y asesinos en serie nos pueden enseñar acerca del éxito. Los psicópatas no tienen miedo, son crueles, capaces de centrarse o focalizarse de forma extraordinaria en lo que les interesa, y son fríos y capaces de tomar decisiones en situaciones de alta presión donde los demás se derrumban. También son muy buenos leyendo las expresiones faciales de la gente, lo que es lógicamente una ventaja enorme si quieres manipular a alguien. Tienen una habilidad mayor de lo normal para decir si alguien está mintiendo o es emocionalmente vulnerable. Dutton señala un trabajo donde se estudiaron tres grupos (hombres de negocios, pacientes psiquiátricos y criminales hospitalizados) y -de forma tal vez no tan sorprendente- los rasgos psicopáticos eran más frecuentes en los hombres de negocios: encanto, egocentrismo, persuasión, falta de empatía, focalización e independencia. La diferencia estaba en que en los criminales predominaban los aspectos más antisociales de la psicopatía: saltarse la ley, agresión física e impulsividad. Un hombre de negocios decía por ejemplo que la insensibilidad era buena: te permite dormir cuando los demás no pueden.

La cuestión es que estos psicópatas integrados son muy abundantes. No hay estudios al respecto, pero algunos expertos estiman que la psicopatía puede afectar al 1%-2% de la población. La manera de combatirlos es reconocerlos, de la misma manera que ocurre con la manipulación: la única forma de evitar que nos manipulen es siendo conscientes de que lo están intentando.

Para su libro Dutton entrevistó a algunos psicópatas. Ahí va el extracto de una de las entrevistas a un psicópata que estaba en la carcel. Como poco da para pensar un rato:

 “No dejes que te engañe tu cerebro, Kev, con todos esos exámenes que no te dejan ver la realidad. Solo hay una diferencia entre tú y yo: Yo lo quiero y voy a por ello, tú lo quieres y no vas a por ello”
 “Estás asustado Kev, tienes miedo. Tienes miedo de todo, lo veo en tus ojos. Miedo de las consecuencias. Miedo de que te cojan. Miedo de lo que pensarán. Miedo de lo que te harán cuando vengan a llamar a tu puerta. Tienes miedo de mí”
“Mírate. Tienes razón, tú estás fuera y yo estoy aquí dentro. Pero...¿quién es libre, Kev? Libre de verdad, quiero decir. ¿Tú o yo? Piensa en ello esta noche. ¿Dónde están los barrotes de verdad Kev? ¿Ahí afuera ?( señala la ventana). ¿O aquí dentro? (y se toca la sien)

sábado, 5 de enero de 2013

El amor y otras drogas

La antropóloga Helen Fisher y otros investigadores sostienen que el amor, el sexo y el romanticismo se pueden calificar como adictivos. Podemos llegar a ser físicamente adictos a determinadas sensaciones estimulantes y fantasías. Cualquier actividad que incluye afecto o amor y que produce cualquiera de estas sensaciones altera la química del cerebro produciendo endorfinas, esa sustancia responsable de eliminar el dolor y reducir la ansiedad produciendo sensaciones de plenitud y euforia.

En términos generales la adicción es un estado de dependencia psíquica y a veces física que altera la conducta, los pensamientos, las emociones y la estabilidad fisiológica de una persona. Cuando se es adicto a algo, el individuo tiene dificultad para reprimir el contacto con aquello de lo que es adicto.

Las personas pueden ser adictas tanto a sustantivas químicas elaboradas por la mano del hombre –como las drogas, el alcohol, el tabaco y los fármacos- como a situaciones que producen sensaciones corporales y psicológicas de manera natural –la comida, el deporte, el trabajo, ciertas relaciones personales, el sexo, las situaciones de riesgo, el juego, el dinero, el poder, las compras o las tecnologías como la televisión o Internet-.

Una relación adictiva es aquella en la que las personas a menudo tienen dificultad para poner límites, expresar los sentimientos y las necesidades, y se convierten en personas obsesivas y controladoras, lo que perjudica su propia estabilidad emocional y la de otros.

¿Cuándo se vuelve una relación adictiva? Está demostrado que el problema generalmente surge del miedo enfermizo a perder aquello que creemos que amamos de una forma exagerada y obsesiva. En una relación adictiva tendemos a proteger y mantenernos cerca de aquellos que queremos hasta un punto que se vuelve enfermizo lo que produce dolor, sufrimiento y miedo, y nos convierte en seres obsesivos, controladores y en ocasiones acosadores. Estar excesivamente pendiente de otra persona hasta ahogarla, ejercer demasiado control y manipular de forma continua los sentimientos del otro son síntomas claros de que existe una relación adictiva. Los especialistas consideran que estas relaciones pueden ser fruto de una baja autoestima o producto de experiencias dolorosas (abandono y rechazo) del pasado en el que hubo una pérdida de una persona importante y no se ha pasado el duelo correctamente. Algunas relaciones dependientes y adictivas –sin tener que llegar a extremos exagerados y enfermizos- se transforman en los llamados Síndromes de Wendy y de Peter Pan, en los que cada persona retroalimenta las necesidades del otro: uno necesita cuidados permanentes, mientras que el otro necesita ser el cuidador constante.

La adicción al amor produce intensos sentimientos de inseguridad y culpa al producir sensaciones que hacen pensar que uno es incapaz de controlar –de forma razonable- las emociones y el comportamiento. Estos sentimientos pueden suscitar pensamientos obsesivos, empujarnos a hacer llamadas de teléfono constantes o a brindar atenciones al otro de forma constante. Igualmente, la persona adicta a la pareja o a una determinada sensación se caracteriza por tener dificultad para dedicar tiempo a otras personas más allá de aquella de la que se es dependiente y adicta. Su necesidad se vuelve obsesiva y controladora. En esta situación surgen sentimientos de insatisfacción permanente, ya que se haga lo que se haga, nunca es suficiente.

Por suerte, el amor adictivo es sólo una posibilidad, existen tantas formas de amar como corazones.