sábado, 19 de mayo de 2012

Hazlo lento

Hacer dos cosas a la vez parece muy inteligente, eficiente y moderno; no obstante, lo que suele significar es hacer dos cosas no tan bien como deberían hacerse. Como escribió Milan Kundera en su novela corta La lentitud (1996): “Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo”.

La velocidad libera dos sustancias, la adrenalina y la noradrenalina, que también recorren el cuerpo durante el acto sexual. Kundera da en el clavo cuando habla del “éxtasis de la velocidad”. De la misma manera que la vida requiere momentos de esfuerzo intenso y ritmo apresurado, también necesita una pausa de vez en cuando, un momento sabático para determinar el rumbo que estamos siguiendo, la rapidez con que queremos llegar a nuestro destino y, lo que es más importante, por qué queremos ir ahí. La lentitud puede ser hermosa.

Los expertos creen que el cerebro tiene dos formas de pensamiento. En su obra Cerebro de liebre, mente de tortuga: por qué aumenta nuestra inteligencia cuando pensamos menos, el psicólogo británico Guy Claxton llama a esas formas fast thinking o slow thinking, o pensamiento rápido y pensamiento lento. El primero es racional, analítico, lineal y lógico. Es lo que hacemos bajo presión, cuando el reloj hace tictac; es la manera de pensar de los ordenadores, la manera en que funciona el lugar de trabajo moderno, y aporta soluciones claras a problemas bien definidos. En cambio, el pensamiento lento es intuitivo, borroso y creativo. Es lo que hacemos cuando desaparece la presión y tenemos tiempo para dejar que las ideas ardan a fuego lento y a su ritmo en el fondo de la mente. Aporta unas percepciones abundantes y sutiles. Las exploraciones demuestran que cada una de estas formas de pensamiento produce ondas distintas en el cerebro: ondas alfa zeta más lentas durante el pensamiento lento, beta más rápidas durante el pensamiento rápido.

La relajación suele ser precursora del pensamiento lento. Las investigaciones han revelado que el ser humano piensa más creativamente cuando está sereno, libre de estrés y de apremios, y que si uno está sometido a la presión del tiempo lo ve todo como a lo largo de un túnel. A menudo trabajar menos significa trabajar mejor. Hemos perdido la cualidad de esperar, la gratificación inmediata es muy peligrosa. Hay que reaprender el arte de gozar del momento si queremos ser más felices.

Einstein apreciaba la necesidad de conjugar ambas modalidades de pensamiento: “Los cerebros electrónicos son increíblemente rápidos, exactos y estúpidos. Los seres humanos son increíblemente lentos, inexactos y brillantes. Juntos, son poderosos más allá de lo imaginable”. Por ello, las personas más inteligentes y creativas saben cuándo es el momento de dejar que la mente divague y cuándo han de dedicarse con ahínco al duro trabajo. En otras palabras, saben en qué momento deben pensar con rapidez y en qué momento deben hacerlo lentamente.

Así pues, ¿cómo puedes acceder al pensamiento lento, sobre todo en un mundo que premia la velocidad y la acción? El primer paso consiste en relajarte, poner a un lado la impaciencia y aprender a aceptar la incertidumbre y la inacción. Hay que esperar a que las ideas se incuben por debajo del radar, en vez de esforzarse para que salgan a la superficie, dejar la mente silenciosa y tranquila. Como expresa un maestro zen, en vez de decir: “No te quedes ahí sentado, haz algo”, deberíamos decir lo contrario: “No hagas nada, siéntate ahí”.

Todos podemos aprender a hacerlo. Procura no pensar en el tiempo no como un recurso finito que siempre se escapa, o como un matón al que uno teme o derrota, sino como el benigno elemento en el que vivimos. Quizá el error está en nuestra percepción del tiempo como algo lineal y finito, algo que pasa y no se recupera. Para las tradiciones filosóficas chinas, budistas e hinduistas el tiempo nos rodea renovándose como el aire que respiramos.

Cuando se trata de ir más despacio, lo mejor es comenzar poco a poco. Prepara una comida desde el comienzo. Da un paseo con un amigo en vez de ir corriendo a las galerías comerciales para comprar cosas que en realidad no necesitas. Lee el periódico sin encender el televisor. Y cuando hagas el amor, añade el masaje. O, sencillamente, concédete unos minutos para sentarse y permanecer inmóvil en un lugar tranquilo.

Cada vez que me sorprendo a mí misma apresurándome sin motivo, inspiro hondo y pienso: “No hay necesidad de correr. Tómatelo con calma. Ve más despacio”. Mi mantra es: “Keep calm and carry on”



P.D.: No escuches siquiera, limítate a esperar. No esperes siquiera, permanece inmóvil y solitario. El mundo se te ofrecerá libremente para que lo desenmascares. No tiene elección. Girará arrobado a tus pies. Franz Kafka


sábado, 5 de mayo de 2012

Tengo miedo

El miedo, como las demás emociones, no es una emoción positiva ni negativa es simplemente adaptativa. Hasta que se convierte en ansiedad o fobia nos sirve para ser cautos y protegernos de lo que nos puede dañar. Es cierto que, a veces ese miedo ni siquiera tiene objeto y se convierte en angustia, en ansiedad. Angustia es un miedo sin objeto. ¿Qué teme el angustiado? Nada en particular. Esta característica permitió a Heidegger hacer un ingenioso juego de palabras metafísico y decir que la angustia nos revela la Nada. En todo caso, lo que nos revela es nuestra vulnerabilidad. Una de las características de los pensamientos  angustiosos es que no llevan a ninguna parte. Se mueven en círculo. Recuerdo un angustioso apólogo de Kafka, titulado la guarida: una pequeña alimaña del bosque excava su refugio y desde el interior camufla la entrada para que sus depredadores no la descubran. Pero, una vez dentro, le entra la preocupación de si la entrada estará bien disimulada. Para cerciorarse, necesita verla desde fuera. Sale, pero para salir ha tenido que destruir el camuflaje. Vuelve a construirlo desde dentro, vuelve a salir, vuelve a entrar. Su afán de seguridad le hace estar permanentemente insegura porque la angustia es una permanente ansiedad ante una amenaza imprecisa.
Los psicólogos nos empeñamos en conocer los secretos de la mente pero quienes mejor conocen los recovecos del alma son los poetas. Pocos han descrito el miedo como Rilke:
“Todos los miedos perdidos están otra vez aquí. El miedo de que un hilito de lana que sale del borde de la colcha sea duro, duro y agudo como una aguja de acero; el miedo de que ese botoncito de mi camisa de noche sea mayor que mi cabeza, grande y pesado; el miedo de que esta miguita de pan que ahora se cae de mi cama sea de cristal y se rompa abajo, y el miedo opresor de que con eso se rompa todo, todo para siempre; el miedo de que la tira del borde de una carta desgarrada sea algo prohibido que nadie debería ver; algo indescriptiblemente precioso, para lo cual no hay lugar bastante seguro en el cuarto; el miedo de que si me duermo me trague el trozo de carbón que hay delante de la estufa; el miedo de que empiece a crecer cierto número en mi cabeza hasta que no tenga sitio en mí; el miedo de que me pueda traicionar y decir todo aquello de que tengo miedo, y el miedo de que no pueda decir nada, porque todo es inestable, y los otros miedos…. ”
Déjame que siga usando a Rilke. Cuando nos cuenta la historia del hijo pródigo  la interpreta como el temor a producir angustia en los demás al darles amor… “Difícilmente me convencerán de que la historia del hijo pródigo no es la leyenda del que no quería ser amado” El protagonista huye de la casa paterna, donde todos, hasta los perros, le querían, porque no soporta la idea de hacer daño a aquellos que, por quererle, esperan algo de él, algo que él no está dispuesto a dar. “Sólo mucho después comprenderá claramente cuánto se había propuesto no amar nunca para no poner a nadie en la difícil situación de ser amado” Para Rilke  el amor perfecto es el que no pide nada, ni espera nada.
Te contaba al inicio que sentir miedo no siempre es algo malo, puede ser enormemente creativo, el recogimiento que provocan la soledad y la angustia puede crear cosas muy bellas. Rilke pensaba que necesitaba el malestar íntimo para crear.  El 14 de enero de 1912 dice en una carta al doctor Emil von Gebsattel, médico psicoanalista: “Si no me equivoco, mi mujer está convencida de que es una especie de dejadez por parte mía lo que me impide hacerme analizar conforme al aspecto piadoso de mi naturaleza (como dice ella); pero esto es falso; es precisamente, por así decirlo, mi piedad lo que me impide aceptar esta intervención, ese querer  poner en orden mi interior, esa cosa que no forma parte de mi vida, esas correcciones en tinta roja en la página escrita hasta ahora. Ya lo sé, estoy mal, y usted, querido amigo, ha podido ya comprobarlo; pero créame, estoy tan lleno de esta maravilla incomprensible e inimaginable que es mi existencia, que, desde un principio, parecía imposible y, no obstante, continúa, de naufragio en naufragio, por caminos cuajados de las más duras piedras, que si pienso en la posibilidad de no volver a escribir, me trastorna la idea de no haber trazado sobre el papel la línea maravillosa de esa existencia tan extraña” y concluye con esta maravillosa frase “temo que al expulsar a mis demonios puedan abandonarme también mis ángeles”. 



P.D.: Muchos animales tienen miedo a los ojos, porque son el signo de una vida ajena, de la que no se sabe qué esperar. Por eso, algunas mariposas dibujan en sus alas formas parecidas a ojos, para espantar a los depredadores. En el caso del ser humano, detrás de los ojos hay una subjetividad que juzga y, a partir de esa evaluación, acepta o rechaza, quiere u odia, acoge o ataca y eso, a veces, da miedo.